Una Visión desde la Mirada de un Niño
El día martes 11 de septiembre del año 2018 se inauguró en las instalaciones del Centro de Arte y Cultura de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras la muestra fotográfica de la artista estadounidense Suzanne Marshall titulada Una visión desde la mirada de un niño. La artista estuvo presente en los actos de inauguración y compartió con el público asistente sus palabras de agradecimiento y experiencias vividas durante su estadía en Honduras, permanencia que le permitió realizar las tomas.
La muestra exhibía las 53 imágenes fotográficas impresas en papel blanco y negro, que fueron donadas por la artista y realizadas en las tradicionales técnicas históricas de la fotografía: negativo en película blanco y negro formato 120mm y reveladas en laboratorio por procesos químicos tradicionales. Marshall donó once copias 11x14 en tonalidad sepia, doce copias 11x14 en tonalidad blanco y negro convencional, y cuarenta y una copias de 8x10 pulgadas.
Ahora bien, el tamaño del papel fotográfico en que han sido realizadas estas copias positivas es de 11x14 u 8x10 pulgadas, pero el negativo original ha sido generado en película 120mm, por lo que el formato de su imagen es un perfecto cuadrado (6x6 cm es la medida real del negativo), lo que no significa que la fotografía en sí tenga la medida del papel, quedan áreas en blanco que la artista resolvió centrando la proyección del negativo inserto en la ampliadora en la hoja de papel fotográfico, quedando grabada la imagen cuadrada y alrededor de ella áreas en blanco.
Mencionamos párrafos atrás que las fotografías fueron entregadas en papel fotográfico, copias reveladas en un cuarto oscuro directamente de un negativo original, detalle que les da mayor valor, por ser ahora una practica en desuso. En la actualidad, la mayoría de las copias fotográficas son impresiones digitales, quedando el proceso químico utilizado únicamente por artistas que buscan en las técnicas históricas una especie de autenticidad de la fotografía. La facilidad moderna que nos permite hacer fotografías en la actualidad, hace que olvidemos la magia del cuarto oscuro del fotógrafo de antaño, así como la dificultad técnica que implicaba hacer una fotografía. Veamos por qué. La cámara Rolleiflex permitía realizar doce tomas por carrete de película, su formato cuadrado era el estándar en esa época y ese era el número exacto de tomas que podía realizar el artista. Significaba que cada doce imágenes, el fotógrafo debía cambiar de carrete de película si deseaba continuar haciendo fotografías, lo que parece fácil de decir, pero que en realidad era algo complicado de hacer.
Tener la fotografía captada solo era el primer paso, ese carrete de película ya utilizado debía revelarse y posteriormente imprimir las copias positivas que son a fin de cuentas las que ahora podemos admirar. Pero en este registro documental de Suzanne Marshall hay otra dificultad que debemos también señalar, y concierne al registro fotográfico en sí. La cámara Rolleiflex tiene el visor de la imagen a captar en la parte superior del cuerpo, por lo que el fotógrafo debe tomar en una mano la base de la cámara y con la otra enfocar, fijar velocidad, apertura de diafragma y presionar el botón del disparador. Esto implica que si la artista deseaba estar a la altura de la mirada de los niños, debía estar arrodillada sosteniendo de esta forma la cámara, lo que hace incómodo el proceso mismo de fotografiar, máxime la niñez que es de por sí inquieta y difícil de controlar.
Las cámaras modernas de 35mm tienen el visor en su parte lateral, el fotógrafo ubica la cámara frente a su ojo (por lo general el ojo izquierdo), esto permite tener una visión cómoda y directa de la escena a registrar, no así la mayoría de las cámaras de formato mediano que aún en la década de los ochenta del siglo pasado, tenían el visor hacia la parte superior y debía el fotógrafo agachar la cabeza para ver con la cámara pegada al pecho la escena por registrar ¿fácil? No lo creemos. Imaginemos ahora en esta posición nada cómoda a la artista retratando niños, encuadrando imágenes, pensando temas y creando una obra de arte en cada fotografía.
La fotografía es una disciplina del arte relativamente de reciente invención, ello en relación a las demás artes como la pintura, el dibujo o la escultura, cuyos inicios se remontan a la historia misma de la humanidad. Marca la tradición a 1826 como el año en que fue captada la primera fotografía propiamente dicha, en aquel momento una plancha de peltre con un recubrimiento de betún de Judea como emulsión sensible fue su modesto inicio, en 1986 se utilizó película en blanco y negro de formato mediano para registrar a la niñez de la ciudad de Gracias, ahora, los modernos sensores electrónicos nos dan una falsa idea de facilidad para hacer fotografías, falsa idea porque al admirar las imágenes de Suzanne Marshall nos damos cuenta que son más que un simple retazo del tiempo congelado en papel fotosensible, son obras de arte realizadas con técnicas para nosotros ahora complejas y laboriosas, pero lo que muchos no entienden es que este tipo de materiales ofrecen infinitas posibilidades artísticas al documentalista, técnicas del pasado que lastimosamente se pierden cada vez más en nuestro presente. Por ello estas imágenes donadas generosamente por la artista estadounidense son una importante colección que enriquece el acervo documental del Centro de Arte y Cultura y sirve de cátedra a las nuevas generaciones de fotógrafos que tengan el privilegio de admirarles.
Paúl Martínez |
Fototeca Nacional Universitaria - UNAH |
En el mes de marzo del año 2017, la artista Suzanne Marshall donó a la Universidad Nacional Autónoma de Honduras una colección de 53 impresiones en papel fotográfico blanco y negro que estarían bajo custodia del Centro de Arte y Cultura de nuestra Universidad, un extraordinario gesto de nobleza y desprendimiento no muy común de admirar lastimosamente en nuestras sociedades. Graduada en la Universidad de Harvard, en Cambridge, Massachusetts, Suzanne Marshall descubrió la fotografía luego de realizar sus estudios universitarios en psicología y lo que en sus inicios fue un pasatiempo, se convirtió pronto en una pasión y en una ocupación permanente. Viajó a Honduras en el año 1986 y residió en la ciudad de Gracias, en el departamento de Lempira. Su casa era una humilde construcción de adobe y techo de tejas a pocos pasos del centro histórico de la ciudad, desde donde caminando empezó a conocerla y poco a poco -pese a su limitado español-, fue conociendo también más de cerca a su población. Una cámara Rolleiflex de formato mediano era su compañera habitual, la empresa alemana Rollei fabricó esta reconocida cámara que se popularizó por la calidad de su óptica y la versatilidad de su uso. Las reconocidas firmas Carl Zeiss y Schneider Kreuznach fueron la clave de la óptica de sus lentes, fortaleza que les consolidó en el mercado fotográfico profesional y aficionado. Con ella en mano, Marshall registraría la vida cotidiana de la antigua sede de la Audiencia de los Confines, la histórica ciudad de Gracias. Rodeada de niños, atraídos quizá por su natural curiosidad al ver caminar una joven estadounidense «una chela» como popularmente se le diría, poco a poco la artista también reparó en ellos, comenzando a hacer primero fotografías convencionales de los niños y niñas que se le acercaban, para después comprender que la visión que tiene la niñez del mundo inmediato es diferente que la que puede admirar un adulto del mismo. Por ello decidió utilizar en sus tomas una posición más baja, para acercarse a la visión con la que admira un niño el mundo que le rodea.
Paúl Matínez |
Fototeca Nacional Universitaria - UNAH |
La fotografía suele desarrollarse con la práctica constante de ella y en ocasiones la idea original de un artista suele irse modificando a medida se avanza en el proyecto fotográfico que se está realizando. Es el caso de esta serie de la fotógrafa estadounidense Suzanne Marshall realizada en Gracias, Lempira.
De una idea de registro nacida de la simpatía que sentía por los niños, paso poco a poco la artista a buscar retratar su mundo desde otra mirada, no así en la presente fotografía que es una representación convencional de la niña (de la cual lastimosamente desconocemos su identidad). La imagen nos muestra el interior de una vivienda sencilla en la antigua ciudad de Gracias, una de las primeras poblaciones fundadas por los españoles hacia la primera mitad del siglo XVI. Casas de paredes altas, construidas de adobe, piso de ladrillo y reducido mobiliario, el tener plantas al interior y exterior de las viviendas es una práctica común en ciudades como Gracias, que pese a su centenaria fundación, continua siendo una típica ciudad pequeña al interior de nuestro país.
La composición de la presente fotografía no es muy convencional, la niña ubicada hacia el tercio izquierdo de la imagen parece confundirse con el mobiliario atrás de ella, la puerta de medio arco superior es el elemento dominante en la imagen, sea por su dimensión o por su tono oscuro, a través de esta puerta se ve al fondo una ventana con el mismo medio arco en su parte superior y por la distancia que se aprecia, admiramos que es una casa amplia. El único elemento que desentona es la puerta de madera que entreabierta parte en dos la visión de la puerta que da acceso al área oscura de la casa.
Esta puerta de madera que parece no haber sido tomada en cuenta al momento de captar la escena, también nos da la idea de registro documental sin alteraciones, sin escenas arregladas de antemano o perturbación que por estética modifiquen la verdadera vida cotidiana de esta pequeña, esta necesaria distracción visual, pasa de ser un elemento disonante a convertirse en la pieza que da autenticidad a este registro documental, al mostrarnos con su sola presencia, la autenticidad de la toma.
En esta colección fotográfica de Suzanne Marshall realizada en Gracias, Lempira, existen pocas imágenes urbanas como la presente, la mayoría de las tomas se han realizado al interior de viviendas o escuelas o centros de salud y no en una calle, como ha sido hecha esta imagen en particular.
Retrata un pequeño que camina en una acera alta del centro de la ciudad, su silueta se destaca de la pared oscura y le hace resaltar pese a su pequeño tamaño, dimensión disminuida tanto por su corta edad, así como por la lejanía de la cámara cuya intención era captar al pequeño en medio de este entorno urbano. En ocasiones olvidamos que la fotografía documental hecha a través de técnicas ahora en desuso, era y es complicada de hacer, el modelo de cámara Rolleiflex -usada por la artista para captar toda esta serie-, es de longitud focal fija, lo que significa que no tiene forma de acerca o alejar la imagen a través de lo que comúnmente le llamamos «zoom» y que en este tipo de cámaras simplemente no existía. Si la artista deseaba acercar una imagen en el cuadro de su cámara, debía acercarse al modelo, y si deseaba hacer una toma más abierta, debía alejarse para conseguir este cuadro abierto de la toma.
La composición de la imagen fotográfica es ambigua, por un lado, destaca la ventana de madera con marco de piedra, la cual además de su dimensión mayor esta pintada de color oscuro, lo que le hace destacarse más, pero la parte inferior del muro con repello de gruesa textura es de color claro, lo que hace que esa sección derecha de la fotografía pierda peso ante la zona oscura del muro del extremo izquierdo de la imagen, por ello aunque el peso de la composición se fije a la mitad derecha por la dimensión de sus elementos, las tonalidades distintas hacen un balance que evita fijar una zona que predomine sobre la otra. Este juego de tonos hace que el pequeño que camina hacia la izquierda, pese a su reducido tamaño se destaque y sea el elemento visual que da carácter a la fotografía, haciendo que nuestra vista se fije en él.
Suzanne Marshall supo ganar la confianza de cada niño retratado en sus fotografías, un mérito que pocos documentalistas consiguen alcanzar. La imagen del niño parado frente un helicóptero militar es una prueba de ello, ya que el pequeño parece desentender el hecho que detrás de él se halla la artista que con su cámara de formato mediano le hace fotografías, lo que parecerá sin importancia pero que revela mucho del nivel de confianza que Suzanne Marshall logró tener con la niñez por ella registrada.
El niño parece no darle importancia a la cámara y mira con curiosidad la escena frente a él, sostiene una olla cubierta, lo que nos hace inferir sea comida lo que porta en ella, es pequeña como para pensar que sea para vender su contenido, cosa que difícilmente ahora podamos confirmar. Que apoye la olla en su cadera es señal de que pese a su tamaño reducido, la olla es algo pesada -quizá masa de maíz que ya húmeda aumenta su peso-. Como era lo usual en esos tiempos, el niño anda descalzo, «chuña» como diría él, práctica que ahora es menor su uso, pero que a todo lo largo del siglo XX era común, no solo al interior del país, sino también en sus principales ciudades.
Si bien es cierto, esta imagen fue captada en un espació público abierto, ya la artista comienza a fijar su cámara a la altura de la mirada de un niño, lo que implicaba arrodillarse o acostarse en el piso para conseguir esta visión. Cabe destacar que en la cámara usada por la artista -Rolleiflex-, el visor quedaba en la parte superior de la cámara, a diferencia de lo habitual en 35mm que es el visor en la parte posterior de ella, explicado mejor, en la cámara usada por la artista, el visor quedaba debajo de la cara de ella, no enfrente, la cámara se tomaba con ambas manos y se acercaba el ojo para encuadrar y enfocar la imagen, las cámaras convencionales de 35mm se pueden tomar y presionar el disparador con una sola mano, no es lo correcto hacerlo pero es posible.
La composición de la escena es atípica -como lo suelen ser las mejores fotografías-, ya que el niño de pie esta ubicado al extremo izquierdo, teniendo por ello mayor peso visual esta área, pero la oscuridad del helicóptero y el árbol frondoso hacen el balance.
Suzanne Marshall se inclina por una composición marcadamente inclinada hacia la derecha, ubicando a su personaje principal hacia ese extremo, recortando su figura hacia arriba y hacia abajo, en una inusual práctica en esta serie de imágenes realizada en Gracias, Lempira, ya que ninguna otra fotografía muestra facciones cortadas, inclusive en esta imagen no podemos saber a ciencia cierta si el niño porta calzado o como era lo habitual en la época si andaba descalzo, porque la imagen se corta hacia los extremos de arriba y de abajo.
El sol ilumina al pequeño retratado, el que viste formal para su edad, la faja alineada con el cierre del pantalón y la camisa dentro de él le hacen ver mayor a la corta edad que en realidad debió tener cuando esta imagen fue captada. Pareciera por la inclinación de la luz que ilumina al pequeño que la fotografía fue tomada a primeras horas de la mañana o en las últimas de la tarde, luz que da un tono de claridad a casi toda su figura, destacándole de esa forma del fondo urbano a sus espaldas. Las altas y largas paredes de la construcción detrás del niño son muestra de la arquitectura heredada de la colonia española, sistema de construcción habitual tanto en edificaciones religiosas, públicas o residencias particulares de las entonces familias de abolengo de la ciudad. Una vecina de Gracias es visible caminando hacia la parte izquierda de la fotografía, figura humana que nos da una escala del volumen de la edificación, que quizá debido a la distancia del niño en primer plano, no parece a simple vista de tal dimensión.
La sombra extendida de alguna edificación a la izquierda de la imagen hace un balance a la composición de la artista con el niño de pie a la derecha. Intencional o no, es algo que no lo sabremos, ¿casualidad? no creemos que lo sea, la fotografía es una composición mental del artista que resuelve con inmediatez todos estos elementos visuales que enriquecen su creación. La estética, la composición y la temática es una tríada inseparable en la fotografía documental, tenerlas siempre en cuenta es una decisión del artista que le asegura la presencia y la trascendencia de su fotografía.
Suzanne Marshall en varias imágenes de esta serie que tiene por tema la niñez de la ciudad de Gracias, Lempira, se inclina por la composición alineada hacia los extremos de la fotografía, en la presente imagen, el niño se ubica hacia la izquierda, de humilde vestimenta, su camisa de botones -todos en su sitio-, revelan un cuidado muy poco usual en nuestra actualidad, el pequeño tiene la presencia de un adulto con su camisa de cuello, pantalón de tela y sombrero en la mano. Como era habitual en esta y muchas comunidades de Honduras a todo lo largo del siglo XX, el niño esta descalzo y por el piso de ladrillo industrial y la temática de los afiches pegados en la pared, se infiere que está dentro del Centro de Salud de la ciudad, de hecho su mirada parece fijarse en los rótulos de cartulina fijados en la puerta, costumbre inveterada de estos establecimientos de salud para comunicar algo a la población que frecuenta estos espacios.
Si bien es cierto el niño es el punto principal de la fotografía y su ubicación hacia el extremo izquierdo hace que la composición se incline hacia esa mitad, la puerta abierta que da al pasillo oscuro hace de contrapeso visual en la fotografía, devolviendo el balance óptico a la composición, creando en el observador la sensación de estar toda la imagen en equilibrio, en este caso, la tonalidad clara de la pared le ayudó a destacar la figura del niño, que pese a su vestuario que no es oscuro -excepto por la tela del pantalón-, aún así no se pierde ni se disminuye su presencia en el cuadro total de la fotografía.
Llama la atención en esta serie de Suzanne Marshall la cotidianidad de las escenas retratadas. En el presente caso, el niño simplemente se detiene para fijarse en el rótulo en la puerta, toma el sombrero con las manos por la costumbre de quitárselo al entrar a cualquier interior -sea casa o establecimiento-, en una muestra de cortesía a los vecinos al interior de esos espacios, hecho que en la imagen no parece posado o ensayado a sugerencia de la artista, es un niño parado al interior de un espacio, la intromisión de una cámara no incide en la escena, pareciendo no estar presente la artista en ese mismo espacio, aún y cuando el niño está a algo más de metro y medio de distancia de ella.
Suzanne Marshall de nuevo en esta imagen usa una composición marcadamente inclinada hacia el extremo derecho de la imagen. Los tres niños que retrata la fotografía los ubicó la artista en el visor de su cámara casi hacia el cuarto inferior derecho de su encuadre, pese a ello, la imagen parece tener un balance proporcional, ya que los árboles que se aprecian desde el centro y hacia la izquierda de la imagen hacen de contrapeso visual a esta composición inclinada por los niños y la casa hacia la derecha.
Fácil es inferir la humildad de la vivienda en donde juegan afuera de ella los niños. Tres aparecen en la fotografía y de un cuarto participante apenas asoma la mano apoyada en la rodilla hacia la esquina inferior derecha. ¿Debe ser indiferente la fotografía documental a la escena retratada? Es un cuestionamiento difícil de responder. Pero la fotografía de Suzanne Marshall retrata esta difícil situación social con dignidad, no desnuda la pobreza de la sociedad rural hondureña, retrata un grupo de niños sentados en el suelo terroso afuera de su vivienda, inmersos en su mundo infantil en donde no existe ni la exclusión social ni las carencias económicas.
La presencia de la artista no interrumpe la escena, los niños no se ocultan ni se apenan por su existencia detrás de ellos, Suzanne Marshall parece que hubiera ganado su confianza y le hicieran parte del grupo de pequeños amigos que sentados conversan cosas de niños, apenas el niño mayor a la izquierda del grupo voltea a mirar a la artista, pero no se levantaron, no se voltearon completamente y no le dieron la espalda, que es la acción más frecuente cuando no se desea aparecer en una fotografía.
Pese haber sido un día nublado cuando se realizó esta imagen, la artista logró una fotografía llena de tonalidades distintas, en donde la luz neutral que predomina cuando las nubes ocultan el Sol no impide que por diferencias tonales, los elementos principales en la composición se destaquen, en este caso los niños. Son opciones que cada fotógrafo debe valorar y saber utilizar, en ello radica buena parte de la creación artística y la trascendencia del registro documental.
Mostrando su preferencia hacia una composición inclinada hacia un extremo de la fotografía, Suzanne Marshall ubica al niño que retrata hacia la parte izquierda de la imagen, su vestimenta color oscuro destaca del color gris medio de la baranda de madera del camión de carga, de la cual se aferra el niño en una típica travesura infantil de la zona rural, quizá arriesgada por la exposición al peligro inminente de una caída involuntaria, pero una escena todavía muy común de admirar.
Los remiendos en el pantalón del niño nos dejan ver su procedencia humilde, la carencia de calzado y el mismo pantalón «chingo» que quizá sea más una previsión de la madre que con su ruedo alto le evita dañar la tela, refuerzan su sencilla ascendencia. Pero obviando su modesta cuna, el niño ríe y se divierte en su travesura, momento feliz y efímero que Suzanne Marshall congeló en la cara fotosensible de su negativo.
Todo parece aliarse para obtener una buena fotografía, la luz solar ilumina solo la parte visible del pequeño y la baranda del camión de la cual se aferra, y el ángulo de la misma por su inclinación proyecta una ligera sombra sobre las tablas horizontales que le dan el volumen y rompen la dirección marcadamente vertical de la composición, inclusive a los tornillos que unen estas tablas la sombra les da un relieve que apoya la estética general de la imagen. En esta iluminación vemos la regla de oro de todo fotógrafo documentalista cumplida al pie de la letra: el Sol siempre a sus espaldas. Por lo que no es fortuito que la imagen tenga esa iluminación que ayuda y enriquece su estética, es una decisión consciente de la artista que teniendo la oportunidad de hacer coincidir luz ideal y temática acertada, con estas decisiones unidas hace esta extraordinaria fotografía.
La fotografía documental es más que una simple imagen, no busca ser agraciada o complaciente, transmite la realidad y la visión que de ella tiene el artista, o aquella que busca documentar para que otros sean quienes la interpreten. En ese sentido, Suzanne Marshall cumple su propósito con creces, nos ha dejado en cada fotografía una pieza más para construir nuestra historia visual e histórica.
Una fila o quizá un tronco improvisado les sirve a este grupo de niños para alinearse frente la cámara de Suzanne Marshall, la que parece que hacía de contrapeso en una especie de sube y baja, lo que le daría a la artista esa visión desde dentro de su juego infantil en ese balancín espontáneo. Puede ser una muestra de la habilidad de la artista para fundirse con la niñez que gustaba retratar, ya que la mejor manera de ser aceptada en su mundo infantil es compartir sus risas y sus juegos. Probablemente por ello el retrato de grupo se admira tan espontáneo, tan natural, los niños retratados han perdido la pena al intruso extraño que generalmente advierten cuando ven una cámara.
La composición la determinan los niños en su propio alineamiento, el mismo azar del juego infantil da una marcada inclinación de elementos hacia la izquierda de la fotografía, dejando a seis de los ocho niños retratados en la mitad izquierda de la composición. La risa divertida que muestra los dientes blancos de la segunda niña de derecha a izquierda, parece dar balance a la toma, ya que su destacada dentadura es el punto más claro de la mitad derecha de la imagen, la que quizá perdería buena parte de su encanto y naturalidad sin este hecho, aparentemente sin mayor relevancia.
Los niños posan ante la cámara en un espacio arbolado que les da sombra, el Sol alumbra la mitad superior de la fotografía pero lejos del espacio en donde juegan los niños, hecho que ayuda a resaltar sobre fondo claro la silueta de las cuatro niñas que sobresalen hacia la mitad superior de la imagen, es más, la parte iluminada por el Sol y la parte oscurecida por la sombra de los árboles parecen unirse en el justo centro de la fotografía, lo que no deja de aportarle cierto atractivo visual e interpretativo a esta imagen en especial. Especulación nuestra o no, que existe esa marcada diferencia tonal hacia el justo centro de la fotografía es una realidad, si es azar o premeditación de la artista es algo que escapa de nuestro entendimiento, al final de cuentas el arte siempre ha sido y seguirá siendo una visión muy personal de los artistas, que no siempre la sociedad la podrá entender o encuadrar en marcos lógicos de pensamiento, así es y ha sido siempre el arte, y la fotografía no es ni será tampoco la excepción a esa regla.
En esta fotografía de Suzanne Marshall empezamos a notar su inclinación cada vez más evidente de encontrar el ángulo de visión con la que un niño admira el mundo que le rodea. La artista se arrodilla y se pone a la altura con la que otro niño quizá lo vería, tal vez por ello el pequeño fotografiado no se extraña de la cámara frente a él que le retrata, parece mirar simplemente hacia el camino que aún le resta por andar, quizá espera por su padre que sería quien daría ruta a la yunta de bueyes que el pequeño detiene con una sencilla vara, no lo sabemos.
La presente fotografía nos enseña otra predilección de la artista hacia la composición marcada hacia uno de los extremos de la imagen, en este caso, el pequeño lo ubica hacia la mitad izquierda, quedando únicamente la vara que sostiene en su mano izquierda hacia el extremos derecho de la fotografía, pese a ello, la tonalidad intensa del buey que se aprecia, hace que se perciba un balance en la imagen, el pesado yugo de madera sobre la nuca -detrás de los cuernos-, fijado con múltiples cuerdas muestra tonos y texturas diferentes al resto de la escena, dando atractivo y cierto encanto artesanal a la fotografía.
La imagen esta marcada con elementos verticales (el cuerpo del niño y la vara por él sostenida) y por elementos horizontales (la pared levemente inclinada de la casa y el yugo de madera del buey), rompe este cruce visual el sombrero del pequeño, que por la posición elegida por la artista para hacer su fotografía sobresale de la pared oscura de la casa de adobe tras de él y también prevalece por su tono gris del cielo claro que sería el último plano de la composición. Detalles tonales que no son fruto del azar, la artista toma en cuenta estas decisiones al momento de crear sus fotografías. La vestimenta humilde del pequeño no disminuye en nada la apariencia de gravedad de la pose del niño campesino, pequeño en edad, pero adulto en su porte y apostura. La camisa corta «chinga» le diríamos, y su pantalón grande en talla para su cuerpo (lo delata la faja apretada que arruga el sobrante de él) solo dimensionan al pequeño gigante que posa para la fotografía de la artista estadounidense.
No es usual en las fotografías de Suzanne Marshall encontrar un niño cabizbajo, son contados los casos en los que podemos admirar un pequeño sin una risa presta a brotar. Es el caso de la presente imagen. Quizá solo sea falsa percepción que pensemos en el niño del primer plano que nos muestre un gesto de alicaído, tal vez solo se limpia el ojo con su mano: polvo, molestia, sueño o tantos factores que pueden incidir en la acción de llevar su mano al rostro, que es difícil afirmar con certeza si es tristeza o un gesto casual.
Lo que si deja ver esta fotografía es la estrechez de recursos de los dos niños retratados. El pequeño de la izquierda que esta de pie, deja ver sobre la roca su pie descalzo y apenas dos botones sujetan su camisa, abriéndose la tela en dos hacia la parte inferior dejando ver su abdomen, sostiene en su mano derecha un vaso o «pocillo» de donde parece extraer algo que toma con su mano izquierda y por la posición de sus dedos y el ademán que pareciera tener en la boca, nos atreveríamos a pensar que come nances o alguna pequeña fruta que necesite desprender su carne de la semilla, frutas comunes hacia el interior del país y en especial en la zona de Lempira. Refuerza la idea de que es nance lo que come el niño, la bolsa plástica hacia el extremo central derecho de la imagen que esta llena hasta la mitad precisamente de ellos.
El niño en primer plano igual no calza zapatos, sus pies desnudos parecen sujetar la roca en donde se halla sentado, su pantalón roto en ambas rodillas se mira gastado por el uso y los años, la camisa manga larga deja ver que es varias tallas menor de la que debería vestir el pequeño, por lo que al usarla deja evidente la carencia de ropa de su talla que le aqueja. Igual presenta esta camisa varios remiendos.
Dos mitades parecen marcarse en esta fotografía, ambas con un niño como referente, el tronco en medio parece dividirlas, el joven árbol de pino sobresale de un espacio donde predominan los arbustos y su tono oscuro resalta del cielo casi blanco que le sirve de fondo y que es señal clara de día nublado, lo que queda en evidencia ante la carencia de contrastes tonales pronunciados en la fotografía.
Curiosa imagen la que nos obsequia Suzanne Marshall en esta fotografía. No usual porque ubica al niño retratado en el centro de la composición y le capta viendo directamente a la cámara, teniendo el niño prácticamente la certeza de que es retratado, alejándose un poco de la costumbre de la artista de pasar desapercibida para retratar escenas sin perder la cotidianidad de las mismas, práctica que se quebranta en esta imagen en particular.
Quizá el pequeño acompaña a su madre o a un familiar cercano en su periplo diario de las compras cotidianas, ya que parece llevar en su brazo izquierdo una bolsa que usualmente se utiliza para compras de víveres en los mercados. El espacio donde ha sido captada la fotografía parece el interior de un local, quizá el mercado o un comercio de los que llamamos los hondureños «mercaditos» sitios populares para abasto de comestibles y productos usados para el hogar. Podría ser errada esta afirmación y haber sido captada la fotografía al interior de una vivienda, pero es difícil poder asegurarlo.
La costumbre de pintar de color oscuro una franja inferior de la pared, es algo que se utiliza más en locales comerciales que al interior de viviendas. Esa es la regla general, por ello asumimos que la presente fotografía fue hecha en un comercio, ya que la pared que se aprecia detrás del niño tiene esa división de pintura clara la parte superior y color oscuro la franja inferior. El hecho de llevar el sombrero aún puesto afirma esta idea, mencionamos en otras imágenes que es costumbre quitarse el sombrero por cortesía al ingresar a cualquier vivienda u otros espacios como escuelas, centros de salud o similares, no así mercados o pulperías cuya cotidianidad hace olvidar esta regla.
El semblante del niño retratado refleja inocencia, gratas facciones infantiles que la iluminación favorece. La luz prevalece desde la parte izquierda, destacando los rasgos cándidos del niño, haciendo que rostro y camisa clara de rayas oscuras sobresalgan de la parte de tonos grises del fondo, creando toda la escena una representación grata de la niñez humilde del interior del país.
Las cámaras modernas (en donde se incluyen teléfonos o tabletas con pantalla táctil), tienen en su menú de preferencias la opción de fotografía en ráfaga, lo que significa que en cuestión de segundos se hace una secuencia de imágenes -una tras otra-, lo que permite al fotógrafo asegurar que gestos o situaciones que suceden en instantes queden captadas en su registro. Ello con la tecnología moderna de captura digital, pero qué sucede cuando la fotografía se hace con película sabiendo que el carrete completo tiene un máximo de doce tomas, ¿una ráfaga?, no lo creemos.
La niña en la presente fotografía es el caso de la acertada decisión de un fotógrafo que con tecnología de 1986 consigue congelar un gesto repentino de ella. El peine en la boca y la mano en el cabello son ademanes no ensayados, son movimientos espontáneos e impredecibles, Suzanne Marshall debió decidir la toma en pocos segundos para captar el movimiento imprevisto, lo que fue acertado, ya que congela a la niña con un muy reducido margen para errar, cosa que no sucedió y logró una imagen estéticamente bien lograda y valiosa como documento social.
Insistimos en la enorme diferencia que existe entre el registro fotográfico moderno con todas las facilidades que ofrece, y el uso de cámaras de película, máxime cuando se trata de formatos medianos: cámaras grandes, con visores de imagen invertida y con una cantidad reducida de doce tomas por carrete de película, lo que obligaba al documentalista de esa época a meditar cada imagen por realizar. No era tarea fácil o inmediata disponer de un nuevo carrete cargado de película, no era tan sencillo como insertar una nueva tarjeta de memoria, e implicaba cuidado al cargar este carrete nuevo, no poner atención podía significar que la película simplemente no se colocara correctamente y por ende se perdieran las fotografías que podían querer captarse y que simplemente no existirían por un apuro al momento de cambiar de carrete. Suzanne Marshall al igual que todos los documentalistas que generaron su registro fotográfico en materiales en película vencieron estas limitantes, demostrando con ello su pasión y profesionalismo al momento de hacer sus fotografías.
Una imagen que nos muestra la precariedad de la vida cotidiana en la niñez de Honduras. Un niño cuida a dos más pequeños seguramente en un centro de salud en Gracias, Lempira. No dudamos de la responsabilidad del niño, pero es una tarea que no debería sobrellevar a su tan corta edad. La risa espontánea, el cándido rostro parecen haberse quedado en las afueras del recinto, la mirada pesarosa de los niños, la evidente escasez de sus prendas de vestir nos dicen mucho de su humilde cuna. En el niño mayor, su camisa desabotonada y pequeña para la talla que él debería usar, los remiendos de las rodillas de su pantalón e infinidad de puntadas de costura en toda su ropa nos reflejan sus carencias. El pequeño que es sostenido en sus brazos, pese a su tierna edad no usa pañal, y su precario pantaloncito se le ha subido a las rodillas al igual que su suéter a la espalda, dejando ver su piel descubierta, insensiblemente sin protección ni dignidad.
Los tres pequeños carecen de calzado, los delicados pies de los chiquillos pese a su evidente fragilidad y salud quebrantada están sin protección, expuestos al frío suelo y al embate de bacterias y microbios que puedan sobrevivir en él. Es una fotografía que pese a su cuidado balance y estética nos entristece el contemplarla, por la iniquidad que desnudan, por la precariedad que denuncian, por la fragilidad que dejan expuesta.
La composición esta marcada en dos grandes bloques, la figura vertical del niño sosteniendo al pequeño y el cruce visual que es la banca y la pequeña sentada, elementos que parecen formar una cruz, triste metáfora visual de su situación en una sociedad que históricamente les ha relegado. La decisión de la artista al arrodillarse para tomar la fotografía le da la visión de un niño, captó la imagen a la altura que tendría su mirada, con ello le dio a su registro una genuina y valedera trascendencia, testimonio visual de una parte de nuestra población que muchas veces como sociedad olvidamos.
Suzanne Marshall nos ha obsequiado con esta imagen no una fotografía ornamental, nos ha legado un válido registro de las debilidades de nuestra colectividad, nos ha heredado un verdadero documento histórico-social.
Una segunda fotografía de los tres niños en la sala de espera de un centro de salud en Gracias, Lempira, continua el relato visual de la fotografía anterior. Los tres pequeños retratados mantienen la misma posición, variando entre una foto y otra pocos elementos. Para empezar es una toma más cerrada, el encuadre se centró en el detalle de los dos niños más pequeños, el bebe en brazos tiene en esta toma su ropa ya arreglada, el pantalón o el suéter en su sitio y no desarreglados exponiendo su delicada piel desnuda. El acercamiento que hace esta fotografía de esa misma escena anterior, nos permite apreciar mejor los amplios remiendos en el área de las rodillas del pantalón, evidencia clara de la necesidad de alargar al máximo la vida de uso de cada prenda de vestir. La camisa abierta de este niño mayor llama nuestra atención, ya que pareciera que no tuviese botones la camisa, detalle que sería una posibilidad si admiramos con cuidado la cantidad de remiendos y costuras que tiene dicha prenda, lo que revela su manufactura hechiza e inmerecidamente modesta.
En la niña hacia la derecha, el único cambio entre estas dos tomas de la misma serie es la dirección de su mirada, aunque el gesto entristecido de ella sigue siendo el mismo en ambas imágenes. No deja de llamar la atención la marcada diferencia en el cuidado arreglo de la niña y el desaliñado de los dos pequeños a su izquierda. La niña porta un gorro de color claro, sin arrugas y redoblado con cuidado, viste una blusa oscura decorada con flores y un vestido claro debajo de ella, sus pies están descubiertos en la otra fotografía, en esta no se aprecian pero se puede inferir que también lo están.
Si tomamos de referencia la fotografía anterior en donde la toma capta un cuadro más amplio, no podemos decir que la niña y los dos pequeños no formen parte de la misma familia, ya que no se percibe a nadie adelante o detrás en la misma banca, por lo que ese grupo de tres niños con seguridad pertenecen al mismo núcleo familiar. Pese a ello es clara la evidente diferencia entre los atuendos de cada niño. Con esta fotografía inicia la artista Suzanne Marshall su serie de retratos que corta el encuadre y elimina las partes superior e inferior de los cuerpos retratados en ellas, cabeza y pies para ser exactos.
Esta fotografía muestra ya la predilección de la artista Suzanne Marshall por descender el ángulo de la toma y buscar la altura con la que un niño admira el mundo que le rodea. Hasta el pequeño se agacha para ver mejor a la fotógrafa que arrodillada les hace la imagen, muestra de las peripecias del artista para encontrar un ángulo a la altura de los retratados en sus fotografías.
En sus palabras de agradecimiento, al inaugurarse la exposición fotográfica en el Centro de Arte y Cultura de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras el día martes 11 de septiembre del año 2018, la artista manifestó que poco a poco fue buscando este ángulo bajo para realizar los retratos de los niños y niñas de Gracias. Por ello vemos primero fotografías desde su punto de vista de adulto -viendo desde una ángulo superior a los niños-, y posteriormente un ángulo más bajo, buscando registrar fotográficamente sus vidas desde la misma altura que ellos la admiran.
La artista estadounidense tiene un ojo acucioso, no es fácil «mirar» una fotografía bajo esta mesa en la cual un pequeño busca sombra donde guarecerse del ardiente Sol de mediodía. Niño que vemos en primer plano buscando un lugar en donde se encuentre más protegido del calor, no así el niño pequeño que se agacha curioso a observar a la artista cuando les retrata. La sombra bajo su cuerpo nos indica la hora que es, ya que la misma esta bajo él, deduciendo que el Sol se halla en su cenit, hora del día que se siente mayor calor y que en la mayoría de los casos instintivamente solemos evitar.
Difícil en esta imagen es definir qué tipo de composición ha utilizado la artista, la regla de los tercios o la línea de horizonte no son parte de esta serie, en donde los elementos verticales u horizontales se entrecruzan y las zonas de sombras intensas se alternan con las áreas claras de la fotografía. Olvido voluntario de las reglas de composición que suele suceder cuando se hace fotografía documental y se tiene poco tiempo para organizar una toma, máxime cuando involucra niños que por su naturaleza inquieta es imposible predecir su accionar, debiendo pensar rápido el documentalista y hacer la fotografía.
Suzanne Marshall ha debido arrodillarse para hacer coincidir el ángulo de sus fotografías a la misma altura de la visión con la que un niño percibe su mundo. Arrodillada la artista, registra en esta fotografía la pose de dos niños que arrodillados esperan quizás a otros como parte del mismo juego, entretenimiento o vana esperanza de levantarse algún día de su posición humilde y estoica ante su adversa vida cotidiana.
Con su cuerpo doblado, estos dos niños exhiben las precariedades que la sociedad injusta les impone día a día. El pequeño hacia la derecha muestra en su humilde pantalón la gruesa puntada de los remiendos obligados para extender la vida de uso de sus prendas de vestir, su camiseta es también objeto de múltiples parches y costuras de distintos hilos y hechas seguramente en diferentes fechas. Sus pies habituados a la ausencia permanente de calzado, se han hecho robustos y de áspera piel, inmunes ya al polvo de los caminos y a las puntas de las zarzas. Son pies de caminante, con la marca de haber a su corta edad recorrido ya muchas jornadas desprotegidos.
El niño hacia la izquierda tiene igual sus pies descubiertos, tierra endurecida es la que les cubre. Su pantalón al menos tiene mejor acabado que el de su compañero de al lado, igual que su camisa que no presenta remiendos, únicamente manchas hacia la parte que introduce en sus pantalones. Lleva a su espalda un bolso de tela, cuya agarradera es un lazo de mezcal que amarra dicha bolsa, seguramente carga dentro de él los cuadernos o libretas en donde anota sus obligaciones de la escuela, su forma plana parece corroborar que así lo sea.
En esta fotografía vemos la cada vez mayor inclinación de la artista a reducir el encuadre de sus imágenes, cortando las figuras para reducirlas a su mínima información visual, no un detalle, sino una composición con figuras recortadas, en donde esta concisa información nos transmite la idea que ella desea expresar en cada fotografía. Qué exactamente hacen los dos pequeños participantes en esta imagen es algo que no podemos conocer, su posición en cuclillas puede obedecer a un juego o bien un ruego.
Suzanne Marshall ha querido convertir en anónimos a sus retratados en esta fotografía. Al recortar su encuadre eliminando con ello los rostros de los niños frente a su cámara, la artista busca que se identifique el observador con la precaria situación de la niñez hondureña sin señalar un perjuicio individual, sino un daño colectivo demasiado extendido en nuestra sociedad. Niñez descalza y afortunados con calzado, intercalados, uno calza tenis, uno esta descalzo, uno tiene zapatos y dos más carecen de él. Los más favorecidos no sienten en su piel descalza la aspereza del piso y de las calles de tierra, no hieren sus plantas las piedras y espinas del camino.
Los cinco niños visibles forman un grupo que se destaca más hacia la izquierda de la imagen que hacia su derecha, aún así, la claridad de la puerta que ilumina a los dos pequeños inmediatos a ella, hace que la composición parezca uniforme, inclusive hace pensar al observador que el niño de zapatos con las manos en las bolsas de su pantalón estuviese ubicado en el centro de la imagen y no es exactamente así, únicamente es una percepción visual.
La disimilitud de atuendos que podemos admirar en la fotografía nos hace pensar que ha sido realizada en una escuela o algún pequeño templo religioso, en donde convergen niños de diferentes hogares y distinta ascendencia social. Aunque existe la posibilidad de haber sido hecha la fotografía al interior de una vivienda en donde se celebraba quizá alguna reunión, es difícil determinar el lugar o la razón para que ese grupo de niños coincidiera en ese espacio. Es una fotografía diferente de las realizadas por la artista, primero por el grupo alineado frente a ella, pero también porque no hay juego, no hay risa en sus semblantes (de hecho, la artista elimina sus rostros de la composición), los pequeños solo están parados en grupo frente a ella esperando suceda algo o se les de alguna instrucción, es diferente el tema a la cotidianidad que se respira en otras fotografías de las que realizó Suzanne Marshall en Lempira, esta imagen es más hierática, más fría en apariencia, parece denuncia y registro a la vez.
Suzanne Marshall ha decidido por dejar en esta fotografía únicamente dos elementos, la niña como referencia humana y un tonel de metal ya con bastantes años de uso. Y en esta imagen la artista nuevamente decide dejar fuera del cuadro de su composición el rostro, privando de identidad individual a la niña, deseando quizá con ello hacer colectiva su situación. Este tipo de contenedores metálicos, por lo general se ubican en los patios de las casas, cercanos a la pila donde se almacena agua y se lava la ropa y demás prendas de la casa. Las manos de la niña parecen secarse en el vestido de ella, además que tienen una posición que se toma comúnmente para contrarrestar el frío, lo que nos hace inferir que la niña lavaba en un patio momentos antes de posar para la cámara.
El mismo sistema de construcción de la pared detrás de la niña favorece a la fotografía, piedra de río unida con argamasa que da una textura y tonalidades que hacen destacarla del fondo. Mencionamos ya que dos elementos forman esta imagen, la niña y el tonel. Igual podemos decir de los fondos: piso de tierra con una textura uniforme y la pared con una apariencia irregular. Cuatro elementos entonces componen esta fotografía, y los cuatro se complementan y enriquecen unos a otros. El tonel dividido en dos por una franja de color oscuro se une visualmente a la tonalidad del vestido de la niña, contrastando el acabado liso (pero con abolladuras propias del uso) del tonel y las dobladuras y pliegues de la tela. Vestido que también contrasta con el color claro de la piel, más evidente en las piernas y más disimulado en los brazos.
No sabemos si la niña sonreía, o si en su rostro se reflejara el frío o si tenía un semblante sereno. Las pistas que encontramos en la imagen nos dan la idea de un patio en donde lo seguro es que la niña quizá lavaba. Las imágenes de Suzanne Marshall no tienen título individual, de hecho tampoco les nombró como colección, lo que hace más difícil tener la certeza de los pormenores de cada toma o sus intenciones originales para realizar este registro, pasión por la fotografía es lo que une esta colección, deseo de registrar la vida cotidiana de los niños y niñas de Gracias, Lempira.
Admiramos en esta fotografía una de las escasas muestras en donde un adulto es parte de las imágenes de Suzanne Marshall, aunque manteniéndose fiel a continuar la altura de su encuadre, deja la mitad superior del cuerpo adulto fuera del recuadro de su fotografía. El vestido de tela clara con flores oscuras estampadas divide en dos la imagen, es el punto central de ella y por su claridad el elemento más destacado en todo el cuadro. Un ligero viento mueve este vestido y parece dirigir nuestra vista hacia la niña pequeña que esta sentada en el suelo de tierra.
Como es un mundo adulto el que retrata la artista en esta toma, todos los que participan en ella están calzados (los adultos), sin quedarnos clara la idea de la razón de su reunión, quizá es afuera de la cocina y ultiman preparativos para alguna comida, lo que podemos inferir por la posición arrodillada de la mujer hacia la derecha de la imagen, que parece apoyar una canasta o paila de donde ordena o retira algo para su compañera hacia la izquierda (detrás de la mujer de falda clara con flores, que impide se vea completa su figura, dejando ver únicamente sus pies). Como este recipiente está protegido con una manta, por ello deducimos que es comida, ya que por lo general pan o tortillas es lo que se cubre de esa manera en una paila.
Afirmamos que es una escena de adultos con calzado, porque era una costumbre hasta hace muy poco tiempo aún común de ver en nuestro entorno rural, que solo los niños estuviesen descalzos, no así los adultos que por muy humilde que sea su cuna por lo general usa calzado, gastado por el uso o muy remendado pero siempre calzado. La niña pequeña si vemos es la única retratada que no lleva zapatos, de hecho es la única infante de la toma de grupo que es esta fotografía. De hecho, esta pequeña parece no pertenecer a esta imagen, parece que hubiera sido olvidada inclusive, su vista podemos observar que se eleva buscando un rostro familiar en los adultos a su alrededor, lo que confirma nuestra afirmación y el mensaje de la artista de que los niños tienen una visión del mundo que les rodea muy diferente a nuestra mirada adulta, acostumbrada a verles desde nuestra altura creyendo siempre saber lo que mejor les hace ser felices.
La única imagen de grupo que tenemos de la artista es la presente fotografía. Veintiocho niñas y niños de Gracias, Lempira posan para la cámara de Suzanne Marshall. Azar o destino: catorce son niños, catorce son niñas. De los primeros, doce portan sombrero, dos no lo llevan. De las segundas, todas llevan vestido o falda. Nadie de los retratados lleva zapatos, algunas niñas tienen sandalias y algunos niños calzan caites, el resto lleva sus pies descalzos.
La razón por la cual estaba este grupo reunido no lo sabemos, podría ser la escuela el lugar en donde fue hecha la fotografía, en otro sitio es difícil que se reúnan esta cantidad de niños. El día nublado ayudó a la artista a evitar contrastes extremos en la fotografía, lo que creó una tonalidad uniforme que permite admirar todos los detalles de la imagen, sin sombras intensas que no permitan ver rostros o detalles de la imagen, así como tampoco claridad segadora que no deje ver gestos o rasgos en la toma.
Todo el grupo parece mirar hacia algo que atrae su atención a la izquierda de la artista, como si alguien les llamase y no vieran directamente a la cámara que les registra, un artificio muy utilizado por los documentalistas para no ver afectada la naturalidad de su registro fotográfico. La espontaneidad es un rasgo que admiramos en la presente serie de la artista registrando fotográficamente a la niñez de Gracias, y un gran mérito de la documentalista estadounidense es haber sabido ganarse su confianza, integrándose a sus juegos y a sus actividades diarias sin ser la especie de intruso que la cámara y el fotógrafo siempre han representado en nuestra sociedad, máxime cuando no estamos tan familiarizados a ser objeto de sus registros, existiendo pocos los que se dedican a esta profesión y menor la cantidad de aquellos que cotidianamente podemos ver en nuestras comunidades.
Esta fotografía de niños y niñas reunidos ante una cámara en la ciudad de Gracias, es también un retrato de nuestra sociedad, con sus diferencias, con sus debilidades, pero también con sus fortalezas y la esperanza cifrada siempre en las nuevas generaciones.