Dante è Doré. La Divina comedia ilustrada por Gustave Doré. |
Segunda parte: El Purgatorio |
Paúl Martínez |
Fototeca Nacional Universitaria - UNAH |
Continuando con las actividades en conmemoracivón al séptimo centenario del fallecimiento de Dante Alighieri acaecido en Ravena, Italia en 1321, presentamos ahora la segunda parte de la obra magna del poeta La divina comedia ilustrada por Gustave Doré y dedicada al Purgatorio. La temática de la narración de Dante y la representación visual de ella por Doré son distintas a lo antes visto y leído en la primera parte de la obra dedicada al Infierno, en el cual los tormentos eran más físicos, infligiendo dolor a los seres condenados en él y acicateados por demonios, el cerbero o el minotauro entre tantos verdugos. Y aunque en el Purgatorio las almas ahí condenadas también tienen tormentos, los mismos son más etéreos, su peso en la mayoría de los casos es espiritual según sea que avancen por cualquiera de los siete círculos en que éste se divide y la posición que ocupan las almas que ahí esperan según sea su pecado, su culpa y también su arrepentimiento.
Aún así, el mismo Dante desfallece en no contadas ocasiones impresionado por todo el dolor que admira según va adentrándose de la mano de Virgilio por los distintos niveles de este Purgatorio. La soledad y el dolor emocional de los ahí condenados no le es indiferente al poeta y se compadece de tantos que ahí identifica y de otros tantos que nunca ha conocido pero que su dolor lo hace propio, en especial aquellos con quienes conversa y le cuentan apesarados de su historia.
Doré, el polifacético artista decimonónico le supo dar a cada ilustración la magnificencia de la obra escrita seis siglos atrás. En el Purgatorio Dante hace acopio de su amplio intelecto para crear una historia que ha sobrevivido siete siglos en el gusto estético de la humanidad, su obra ha trascendido eras, geografía o culturas, y lo mismo se podrá decir en siete siglos más cuando se admiren las ilustraciones de Doré para acompañar esta obra maestra de la Italia de la Baja Edad Media. No es de extrañar entonces que buscando honrar la obra de Doré en La divina comedia, honremos a su vez a su escritor: Dante Alighieri. El escritor utiliza todo su bagaje intelectual para legarnos una obra plena de referencias religiosas, mitológicas y también filosóficas, el grabador utiliza su sólida formación artística para saber representar visualmente toda esa riqueza semántica expresada por Dante, primero en cantos, recordemos que así fue pensada originalmente su obra, por ello divide La divina comedia en cantos, los que con el paso del tiempo y el desarrollo de la industria editorial -primero manuscrita y posteriormente impresa-, le dieran el rostro que hoy de esa obra conocemos, e imposible es separar esa historia de la versión ilustrada por Gustave Doré y que vio la luz en 1861.
Razones sobran para honrar la obra de Dante y también de Doré. En este año 2021 que se conmemoran siete siglos de la partida física del poeta de nuestro mundo, dedicamos esta segunda muestra para honrarle, recordemos que la primera exposición se presentó en el mes de octubre y nos resta compartir la tercera parte en donde el poeta florentino se despide de Virgilio como su guía y ve con profundo gozo que de ahí caminaría de la mano de su eterna amada Beatriz en el Paraíso. Esperamos este modesto homenaje y estas sencillas palabras sean merecedores de la grandeza a la cual desean honrar, Dante o Doré han sido de esos seres sin edades ni geografía, irrepetibles cada uno en su área, figuras eternas como eterno será por siempre su legado.
Las ilustraciones para la obra de Dante Alighieri La divina comedia realizadas por Gustave Doré y utilizadas en la presente exposición han sido reproducidas de la edición de 1992 publicada en Barcelona por OCEANO Grupo Editorial y traducida por Cayetano Rosell.
E quindi uscimmo a riveder le stelle (Alighieri, 1992: 333). Así concluía Dante Alighieri la primera parte de su épica obra La divina comedia. Cruzando de un hemisferio a otro a través del cuerpo ciclópeo de Lucifer, pasan de las oscuras regiones del infierno al purgatorio …saliendo por fin á contemplar de nuevo las estrellas (Alighieri, 1992: 333). Maravillosa metáfora del poeta florentino que así resume su paso de las sombras a la luz, del tormento y de la muerte infernal a la vida terrenal que a medias, al menos pueden apreciar en el Purgatorio.
La ilustración superior nos muestra a Virgilio señalándole a Dante el cielo resplandeciente de estrellas, lo que causaba admiración y alegría a los dos poetas pues los últimos trayectos por ellos cruzados habían sido los más oscuros y fríos del recorrido, de hecho, en su último tramo la oscuridad de la caverna transitada era tan preeminente, que su dimensión debía intuirse por el sonido del arroyo que la cruzaba, en lugar de utilizar la vista, sentido que era inútil seguir pues la ausencia de luz era absoluta en ese trecho. Por ello Dante y Virgilio cuando logran ver el cielo estrellado a través de la abertura final de la caverna, se ven invadidos por sentimientos de paz y de alegría al sentir tan cerca su salida de tan terribles lugares que habían dejado atrás y que en el dibujo de Doré -estando sobre el monte del Purgatorio-, miran ya lejanos, como lejano se extiende el horizonte en el límite del mar que les rodea.
«¿Quién sois vosotros que contra la corriente del lóbrego riachuelo venís escapados de la eterna cárcel? –dijo agitando la venerable barba.– ¿Quién os ha guiado y servídoos de lumbrera para salir de aquella oscuridad profunda que envuelve en perpetuas tinieblas el valle del Infierno? (Alighieri, 1992: 342). Caton interrogaba así a los extraños que salieron de las cavernas del infierno y caminaban sobre el monte del Purgatorio, espacio que el venerable anciano resguardaba pagando antiguas deudas que el poeta no explica su por qué en el escrito.
Virgilio está de pie hacia la izquierda del grupo de tres que admiramos en la ilustración superior, Dante está al centro arrodillado siguiendo el consejo de Virgilio ante la presencia del custodio del monte, Dante sigue abatido por la experiencia de cruzar los horrores del infierno y ahora presenciar estrellas en el cielo y un mar extenso y quieto frente a sus ojos. Los dos poetas prestan atención a los consejos del anciano, Virgilio le explica que fuerzas superiores les han permitido cruzar el averno y que su misión era llevar al ser de carne y hueso frente a él arrodillado hacia las regiones del Paraíso. Fiel a su estilo, Doré ubica los personajes centrales hacia la mitad inferior de la ilustración, y la mitad superior es el cielo adornado con un par de estrellas y hacia el horizonte lejanas y difusas costas que limitan el mar que rodea al monte. Cielo y mar dominan la mitad superior, pero definidos por trazos grises, casi etéreos, a diferencia de la mitad inferior en donde la orilla arbolada y los tres personajes tienen marcados contrastes de sombras y luces que les hacen destacar y obligan al espectador del dibujo a verles siempre en el primer plano.
No habló palabra mi Maestro mientras lo primero que ví parecían alas, pero no así que hubo conocido al que dirigía la navecilla: –Pronto, pronto,– gritó.–híncate de rodillas: ese es el Ángel de Dios; junta tus manos; luégo verás otros ministros iguales á éste. Mira cómo no se vale de recursos humanos, de suerte que viniendo de tan apartadas playas, no necesita remos, ni otras velas que sus alas. Mira cómo las endereza al cielo, surcando el aire con las eternas plumas que no se mudan como los cabellos de los mortales (Alighieri, 1992: 348).
Virgilio le explicaba a Dante la naturaleza divina de quien desde la lejana orilla del mar que les separaba dirigía la barca que llevaba nuevas almas al Purgatorio, la relevancia de la aparición obligaba reverenciarle e inclinarse ante su presencia, y Dante estaba extasiado ante la escena frente a sus ojos: Iba de pié en la popa el celestial barquero, tan bello, que parecia llevar impresa en su frente la bienaventuranza; y en el esquife se habian sentado más de cien espíritus (Alighieri, 1992: 349). La ilustración de Doré muestra a Dante de rodillas ante la llegada del ángel que llevaba la barca, al cual ubica el artista en el justo centro de su composición y sobre la mitad superior de ella, muy por encima visualmente de los espíritus que van en la embarcación, los cuales se vuelven difusos a medida se alejan -hacia la derecha-, de la figura central del ángel. Dante y Virgilio se hallan de espaldas al espectador y con marcados contrastes de sombras, lo que hace una especie de división visual entre los visitantes -uno etéreo y el otro terrenal-, y la figura celestial y las almas transportadas en la barca, cuya definición es borrosa y sus contornos iluminados.
Estaba aún aquella gente, despues que anduvimos unos mil pasos, á la distancia del tiro que alcanzaría con su mano un buen hondero, cuando arrimándose todos á los peñascos que guarnecian la ladera del monte, se pararon, apretándose entre sí, como observa y deja de andar el que va dudando (Alighieri, 1992: 358). Así refería Dante su encuentro con un grupo numeroso de almas que penaban en el Purgatorio, a quienes los dos visitantes les preguntaron el camino correcto para subir el acantilado que les separaba, a lo cual las almas respondieron diciéndoles que volvieran sus pasos por lo ya andado y que era mejor les acompañasen, no sin antes verse sorprendidos por la presencia de un cuerpo de carne y hueso que no dejaba pasar la luz del mortecino Sol que iluminaba el monte del Purgatorio.
De nuevo la magistral interpretación de Doré ha sabido visualmente separar el mundo físico de Dante y su presencia corpórea en este viaje, ante la condición etérea de las almas que habitan temporalmente el Purgatorio, a las cuales un acantilado alto y oscuro les separa del humano y de su guía espiritual Virgilio. Los dos visitantes se hallan en primer plano y de espaldas al espectador de la ilustración, el Sol les ilumina de frente y desde la izquierda, lo que crea un halo de luz que destaca las siluetas del oscuro paredón de rocas que les separa del grupo de almas frente a ellos y que Dante describe se hallaban a un tiro de honda de distancia. Dante y Virgilio se hallan en sombras, sus ropajes se ven oscuros, las almas se ven claras y sus contornos difusos, como recalcando su condición espiritual ante la presencia física de Dante y su guía espiritual.
…cuando yo, cubierto con la frágil carne de Adán, me sentí vencido del sueño, y me recosté en la yerba… (Alighieri, 1992: 408-409). Refería así Dante su fragilidad de humano en medio de aquel espacio inmaterial, la aurora que precedía la luz del día iluminaba el paisaje irreal que le rodeaba y sentado junto a su inseparable guía -Virgilio-, simplemente descansaban de su largo andar y de todo lo que les restaba por recorrer. Doré en la ilustración superior divide en dos su composición, pero lo hace de manera diagonal, siendo la mitad izquierda oscura y con dos pesados elementos: el promontorio en donde descansan los dos visitantes y un elevado acantilado en grises justo detrás de ellos, la mitad derecha es un lejano promontorio oscuro y más atrás de él una planicie que se extiende hasta el horizonte, detrás del cual un delgado hilo de luz circular nos muestra la Luna en cuarto menguante casi ocultándose hacia el poniente.
El cielo nos indica que se acerca el alba, aunque …resplandecían en su frente las perlas… (Alighieri, 1992: 408), así describía Dante las estrellas que brillantes hacia la parte superior del cielo, se desvanecen hacia el oriente que en la ilustración se percibe más iluminado, de lo cual podemos inferir por ello que la noche casi llegaba a su fin. Esta claridad en el cielo hacia el horizonte destaca más la figura de Dante, cuya vestimenta y rostro tienen un tono más oscuro que la figura de Virgilio -sentado a su derecha-, y le hace ser el punto principal en donde fija su vista quien admira la ilustración, de hecho estas dos figuras son con mucho más oscuras y detalladas que el resto de los elementos del paisaje en esta ilustración.
Parecíame ver en sueños un águila suspendida en el aire con plumas de oro, abiertas las alas y preparándose á descender, y que yo estaba en el sitio en que Ganímedes abandonó á los suyos cuando fué arrebatado á la olímpica asamblea… (Alighieri, 1992: 409). Extenuado Dante por el andar y por el estupor de lo vivido hasta entonces en su viaje, describe haber soñado con esta mítica águila que arrebata su cuerpo elevándole hasta el cielo, una clara alusión del poeta al antiguo mito del monte Ida y el rapto por Zeus ordenado del príncipe troyano, sólo que las divagaciones de Dante transfiguran la historia del mito antiguo y su vuelo en las garras del águila se convierte en descenso vertiginoso e ígneo …y figurábame que ella y yo estábamos ardiendo; y de tal modo me abrasaba aquel incendio imaginado, y que no pudo ménos de ahuyentar mi sueño (Alighieri, 1992: 409).
Despertó Dante entonces confundido por su sueño, el que a fin de cuentas no fue tan irreal en verdad, pues sí fue llevado su cuerpo dormido por la divina gracia encarnada en una mujer que se le presentó a Virgilio como Lucía y llevó al humano que yacía dormido desde el sitio donde se hallaban hasta la entrada misma del Purgatorio, ahorrándole con ello días de camino e incierto destino. Dante así lo expresó a Virgilio viendo la puerta de entrada tan cercana de ellos: Quedé como el hombre que no acierta salir de dudas, y que trueca sus recelos en confianza, luégo que la verdad se le manifiesta. Y como mi Maestro me viese ya sin zozobra alguna, tomó la pendiente arriba, y yo tras él á lo alto me encaminé (Alighieri, 1992: 410).
…Yo soy Humberto; y no sólo a mí me trajo á tan desdichado trance la soberbia, sino á mis deudos todos, que por ella acabaron miserablemente. Por ella estoy aquí condenado á llevar esta carga, hasta que satisfaga á Dios; que lo que no hice en vida, lo haré de muerto (Alighieri, 1992: 432). Al igual que el infierno, círculos distintos dividen el purgatorio, cada uno de ellos ocupado por diferentes castigos en los cuales se hallan las almas de aquellos que los merecen en tanto les llegue el día del juicio, contrario a los tormentos en el infierno que padecerán los condenados a ellos por toda la eternidad. En este primer círculo que apenas empezaban a recorrer Dante y Virgilio se hallaban los soberbios, quienes caminaban inclinados por el peso llevado a sus espaldas como tormento permanente por sus faltas en vida.
En la ilustración superior vemos a los dos poetas caminar a la par de la fila de estos soberbios ya condenados, el peso de sus cargas los obliga a andar con la vista siempre viendo el suelo, sin mirar nada más que el camino que indica el condenado que también camina frente a ellos. Irónicamente, las paredes cuentan historias esculpidas en mármol con una maestría que sería la envidia de los mejores artistas que hayan existido a todo lo largo de la historia de la humanidad o inclusive envidia de la misma naturaleza que no podría crear seres tan perfectos según lo detalla el poeta, belleza artística que los que caminan con la cabeza gacha jamás podrán siquiera saber que existe ya que nunca el peso de sus tormentos les permitirá levantar la mirada.
…Ví después multitud de furiosos que ardían en cólera, matando á pedradas á un jóven, y gritándose fuertemente unos á otros: –«¡Martirízale! ¡martirízale!» Y contemplábale á él inclinado ante la muerte, que le había ya derribado en tierra, pero sus ojos abiertos estaban fijos en el cielo; y en medio de su cruel tormento, rogaba al Supremo Señor con aquel aspecto á que no se resiste la piedra, que perdonase á sus perseguidores (Alighieri, 1992: 466). Refiere Dante que estando en el segundo círculo destinado a sufrir los tormentos que castigan el pecado de la envidia, aparece un ángel que con su luz le dejaba ciego, el que al acercarse a los dos poetas les señala un camino más expedito para llegar al tercer círculo. Aún así, el camino fue largo y las cosas que tocó ver a Dante le minaron su espíritu, creando en su mente dilemas que le hicieron caminar como aletargado y sufrir lo que él llamó una visión estática, en donde era testigo de sucesos en donde había fuertes reclamos llenos de ira y había también suplicas al cielo de conceder el perdón de los agredidos para sus furibundos atacantes.
Una de esas visiones es la que Doré representa en la ilustración superior, en donde una turba de enardecidos hombres lanzan piedras a otro vencido ya en el suelo. La lapidación ha sido una práctica demasiado común en la historia de la humanidad, y por lo general eran turbas enardecidas quienes la ponían en ejecución, como en el dibujo, que pareciera que ese grupo de gente furiosa saliera de las tinieblas en las que se pierde la vereda, abismo negro que bien puede representar las bajezas humanas en las que se pierde el alma de los hombres cuando son cegados por la ira.
…Nunca la oscuridad del Infierno, ni la de la noche privada de estrellas, y con un cielo tan lóbrego como el que dejan las nubes amontonadas, puso ante mis ojos velo más tupido ni que más ingrata sensación produzca, que aquel humo en que nos vimos envueltos (Alighieri, 1992: 469). En las espesas nubes de humo entre las cuales viven los condenados por el pecado de la ira en el tercer círculo del purgatorio, Dante veía un tormento más triste y lúgubre que aquellos que había presenciado antes en el infierno. Doré ilustra estas densas nubes como elemento por el cual no pasa la luz y por ende tras ellas no se tiene ni siquiera la esperanza de atisbar una salida, el sentimiento de abandono es palpable en el diálogo que el poeta mantiene con el condenado con el cual conversa, el cual se identifica como Marco y se dice Lombardo, el que acompaña hasta donde le es posible avanzar en ese espacio al cual ha sido confinado para purgar su pecado.
Doré divide la escena en dos mitades diagonales, la izquierda está iluminada y vemos al condenado con la vista dirigida a los dos poetas que le admiran desde la otra mitad de la ilustración. Marco -el condenado en este círculo-, contrario a los que penan en el infierno, lleva una prenda de tela que cubre parcialmente su cuerpo, y el artista le sitúa entre la pared y dos densas columnas de humo que le orillan a buscar este espacio libre de él. En la mitad derecha, Dante y Virgilio se hallan detrás de este muro literal de humo destacándose del fondo oscuro por una línea de luz que separa sus siluetas de la oscura pared de piedra atrás de ellos, y pese a esta marcada división de una mitad oscura y otra clara, la vista del observador se dirige siempre a las tres figuras principales.
…Ibale yo siguiendo con la frente inclinada, como el que abrumado por sus pensamientos, lleva el cuerpo medio encorvado… (Alighieri, 1992: 494). Así expresaba Dante su desaliento reflejado en el andar cabizbajo de su cuerpo, admitiendo hallarse confuso por una nueva visión frente a él. Virgilio le recrimina su abatimiento, haciéndole ver que era debido al hablar fluido de esa antigua hechicera que duerme a los incautos y que se le presentó a Dante en sus sueños primero como …una mujer de balbuciente habla, mirada bizca, torcido el cuerpo, las manos mancas y color de muerta… (Alighieri, 1992: 493) para luego de captar la mirada del poeta convertirse en …la dulce Sirena que en medio del mar hago variar de rumbo á los marineros… (Alighieri, 1992: 494).
Dante ya había caído en el encanto de su melifluo hablar, tanto que inclusive el mismo Virgilio le recrimina luego que le ha estado llamando tres veces sin que el poeta le hiciera caso. Es la figura alada representada en el cielo de la ilustración superior quien ha salvado a Dante de ese trance, interrumpiendo los cantos de la sirena y rasgándole las vestiduras para que el poeta admirase su corroído vientre del cual emanaba un hedor tan intenso que en el momento de olerlo Dante despertó de su sueño. Los dos poetas subían una empinada colina justo antes de entrar en el quinto círculo del Purgatorio, dos riscos enormes parecen enmarcar el angosto camino que recorren buscando la puerta de entrada a este recinto en donde purgan sus penas los avaros que en vida sacrificaron todo en aras de la acumulación de la riqueza material que en su vida terrenal les rodeaba, pero que en esta tierra inmaterial ya no les es de ninguna utilidad.
… Porque como nuestra vista, fija en las cosas terrenales, no se dirigió a lo alto, la divina justicia nos tiene clavados aquí en la tierra; y como la avaricia no puso nuestro amor en los verdaderos bienes, perdiendo cuanto allá hicimos, la misma justicia nos esclaviza aquí, atados y sujetos de piés y manos; y por el tiempo que plazca á nuestro justiciero Señor, seguiremos así, inmóviles y tendidos… (Alighieri, 1992: 498). Dante escuchaba atento y pesaroso el relato de quien se presentaba así mismo como el que fue sucesor de Pedro, y quien movido por la ambición olvidó que la avaricia alejaba cada vez más su vida y sus acciones de la razón de ser de su alto cargo eclesiástico y su papel de servir a Dios y a la humanidad.
En esta angosta vereda, Dante y Virgilio tienen dificultades para caminar sin pisar a alguno de los cuerpos que rodando en su camino apenas les dejan espacio libre en la tierra donde apoyar la planta de sus cansados pies. En la ilustración superior, Doré ha sabido representar el castigo infringido a los avaros en este quinto círculo, condenados a darle siempre la espalda al cielo y dirigido su rostro siempre a la dura tierra, la iluminación de la escena hace que los dos poetas se destaquen en este mar de condenados, Virgilio de pie y Dante postrado escuchando el relato del que en vida era Adriano V quien apenas estuvo en tan magno cargo apenas 40 días luego de su elección y quien en la historia que cuenta al florentino se arrepiente de su actuar y se duele de su condición presente. Finalmente el poeta admite que su postración se debe al respeto que le merece su alto cargo en vida, a lo que el condenado responde que ese privilegio ya no lo merece en su tormento en la muerte.
«¡Ah! no hagas caso, me decía en tono suplicante, de esta rugosa corteza que me ennegrecía la piel, ni de la consunción á que ha venido mi carne; pero dime la verdad respecto á tí, y quienes son esas dos almas que te acompañan: no estés sin hablarme» (Alighieri, 1992: 525). Así le pedía Forese, quien se hallaba purgando en el sexto círculo su pecado de la gula, en donde cada condenado vivía en medio de frondosos árboles repletos de toda clase de frutas y manantiales de aguas cristalinas, pero no les era permitido siquiera tocar ni lo uno ni lo otro y …se purifican a fuerza de hambre y sed… (Alighieri, 1992: 525).
En la ilustración superior vemos a Virgilio y a Dante que caminando por los senderos del sexto círculo les llama la atención la voz de quien en vida fuera pariente del poeta, y que le dirige unas palabras recordando su parentesco en la tierra. Los dos poetas se hallan uno junto al otro, el trazo de la línea en la vestimenta de Virgilio ha sido hecha en sentido horizontal siguiendo la forma de la tela, en Dante, las líneas de su vestuario son verticales, dando la impresión de tela que cae desde los hombros hasta el suelo, detalles que parecen sin importancia, pero que visualmente resuelve la manera de diferenciar elementos próximos como lo son las dos figuras de los poetas uno junto al otro. Y el mismo principio se repite en las rocas, tanto en los promontorios sobre los cuales se apoyan los condenados que miran a los poetas, como los riscos detrás de los visitantes. El tronco, las hojas y el fruto del árbol tienen este mismo tratamiento gráfico.
…Las sombras, que parecían haber muerto dos veces, por las fosas de sus ojos mostraban la admiración con que me veían, al saber que estaba vivo… (Alighieri, 1992: 531). Desde su entrada a este sexto círculo en donde los glotones en vida purgaban su pecado de gula, llamó su atención la mirada demacrada de las almas presentes en él, en especial las concavidades hundidas de sus ojos, por ello decía que parecían haber muerto dos veces, pues las miradas parecían sin vida, aún cuando de hecho la misma les había sido esa arrebatada y por ello se hallaban en el Purgatorio.
Doré divide en dos la composición de la ilustración superior. La mitad superior sombría y llena de árboles de espesos follajes que acrecientan la percepción de un mundo oscuro habitado por sombras de lo que fueron alguna vez humanos en la tierra. La mitad inferior llena de figuras famélicas que rodean a los dos poetas que escuchan a Buonagiunta, aquel rimador de Luca que profetiza sobre hechos futuros en la vida de Dante y por ello llama la atención de los poetas. La luz que Doré dirige desde la derecha de la escena, ilumina a condenados y poetas haciéndoles resaltar del fondo oscuro tanto del bosque atrás, como de la roca en donde se hallan los personajes ilustrados. Dante y Virgilio como es usual en el arte de Doré, se hallan ubicados ligeramente más arriba del resto de los otros personajes, los ubica siempre en un nivel superior, ya sea por el terreno inclinado, subidos a una roca y muchas soluciones que destacan sus dos figuras, además de ser los únicos seres vestidos en esta escena, ya que todos los glotones se hallan desnudos, dando mayor dramatismo a sus escuálidas carnes, reforzando la dimensión de su tormento: hambre y sed permanente.
…respóndeme a mí, que estoy ardiendo de sed tanto como de fuego… (Alighieri, 1992: 551). El que interrogaba a Dante con estas palabras formaba parte de un grupo de condenados que consumidos en llamas miraban con asombro como el cuerpo del poeta no dejaba pasar la mortecina luz solar y su sombra hacía más rojiza la coloración de las llamas. El tormento del fuego perenne es el castigo de las almas condenadas al séptimo y último círculo del Purgatorio, en donde la liviandad de sus actos y su debilidad hacia los pecados carnales les ha hecho merecedoras de tal castigo.
Detrás de Dante y Virgilio vemos en la ilustración superior a un tercer caminante en este séptimo círculo, es Stacio, que al igual que ellos es poeta, quien les afirma haber vivido en estos lares por un poco más de quinientos años y que desde el ascenso al sexto círculo les acompaña y que Doré le ubica detrás de los poetas conversando con Virgilio. Nuevamente Doré divide la composición en dos secciones, la mitad izquierda más clara en el punto inferior en donde las almas se confunden con las llamas que las consumen y la mitad derecha de fondo oscuro pero con las figuras de los tres poetas iluminadas con el resplandor de las llamas de la izquierda. Virgilio y Dante -los protagonistas-, se admiran más claros, por lo que destacan más que Stacio, detrás de ellos y con una tonalidad más oscura pero lo suficientemente iluminada para no perderse en el oscuro fondo que les rodea. Cabe destacar que la dimensión de la figura humana en esta ilustración es más grande que en las previas, aún así, podemos admirar la preferencia de Doré por la prevalencia del paisaje de fondo a la figura humana, aun cuando éste sea un paisaje oscuro o a simple vista sin mayores detalles.
…Y enseguida me pareció que se abria la tierra entre ambas ruedas, y ví que de ella salía un dragon que traspasaba el carro con su cola, se llevó parte del fondo, y se fué culebreando (Alighieri, 1992: 607). Dante ahora es conducido por su amada Beatriz, Virgilio le ha dejado una vez ha concluido el paso del poeta por el Purgatorio y se hallaba éste en un espacio intermedio en donde las almas y él mismo se limpiaban antes de entrar al Paraíso. Beatriz y algunas de sus acompañantes se han movido en un bello carruaje, el que fue destruido por seres oscuros (un águila, una raposa y finalmente un dragón), de ese carruaje en ruinas, otro se reconstruyó frente a sus ojos en la aparición fantástica que recrea Doré en la ilustración superior.
Siete cabezas deformes coronan el frente de este espectral carruaje, tres de ellas llevan dos cuernos y cuatro tienen uno sólo en medio de su cabeza. Siete cabezas: siete pecados capitales, diez cuernos: diez mandamientos por quebrantar. El carro lleva a una prostituta, y detrás de ella su amante ciclópeo e iracundo, quien fúrico toma las riendas del carruaje y arrastra a su amante tras la selva perdiéndose de la mirada del poeta. Como vemos, en este espacio entre el Purgatorio y el Paraíso tanto la narración como la parte ilustrada por Doré se vuelven más simbólicas, con alegorías más difíciles de descifrar y con un pensamiento filosófico más meditado, más profundo, distinto a lo que hemos leído y admirado en las partes precedentes de esta historia. Virgilio ya no acompaña a Dante, Stacio sí, ya que al igual que el poeta se prepara para ser admitido finalmente en el Paraíso.
Palabras finales
Dante ha recorrido ya los siete círculos en los que se divide el Purgatorio, Virgilio ha dejado ya de ser su guía y ahora es conducido en su camino por su idolatrada Beatriz, a quien ha admirado tanto y por quien tantas veces ha perdido el conocimiento en el corto espacio de tiempo que ha transcurrido desde su llegada a esta zona intermedia entre el Purgatorio y el Paraíso.
Doré ha sabido en 42 ilustraciones representar magistralmente algunos de los pasajes narrados por el poeta, no es una tarea sencilla, es la segunda mitad del siglo XIX y el sistema de impresión predominante sigue siendo la tipografía, para ello es necesaria la creación de tacos de impresión para los cuales Doré eligió madera de boj para hacerlos, un proceso de grabado complejo que requería controles estrictos de calidad en todas sus etapas, y ello sólo considerando la parte visual que cumplen las ilustraciones, el texto, orlas o viñetas, la elección de papel, el levantamiento de los moldes que en tipos móviles debían armarse para imprimir los textos, y luego el encuadernado adecuado para la obra, sin contar con la distribución y venta de los ejemplares finalmente impresos. Procesos todos que en el presente son más sencillos de realizar, pero que un poco más de siglo y medio atrás eran lentos y laboriosos, toda una proeza editorial difícil en el presente de emular.
El Purgatorio ha sido para Dante una prueba más tanto física como espiritual, su cuerpo de carne y hueso ha causado más de alguna conmoción entre las almas presentes en este espacio intermedio para llegar al Paraíso, Virgilio le ha llevado seguro hasta el séptimo y último círculo dejando en adelante al poeta en las manos de Beatriz. Pero Dante primero debe pasar una serie de pruebas que le prepararan para su entrada al Paraíso, y en este proceso será acompañado también de Stacio, el poeta que luego de poco más de quinientos años de expiar su pecado en este Purgatorio ve por fin su ascenso al Paraíso y acompaña a Dante en esta preparación.
Esperamos que estas palabras y esta reducida selección de ilustraciones realizadas por Doré de la segunda parte de La divina comedia sean un modesto homenaje al poeta florentino que siete siglos atrás componía sus cantos inmortalizados ahora en la figura de un libro, publicación que pasarán otros tantos siglos y continuará siendo leída, comentada y admirada por toda la humanidad.
Tegucigalpa, Ciudad Universitaria José Trinidad Reyes. Sábado 13 de noviembre del año 2021.
Bibliografía
Alighieri, D. (1992). La divina comedia. Barcelona: OCEANO Grupo Editorial.