Dante è Doré. La Divina comedia ilustrada por Gustave Doré. |
Primera parte: El infierno |
Paúl Martínez |
Fototeca Nacional Universitaria - UNAH |
Siete siglos atrás, Dante Alighieri fallecía un 14 de septiembre de 1321 en Ravena, hacia el norte de Italia, lejos de su natal Florencia, en donde vino al mundo hacia 1265. Los últimos catorce años de su vida los había dedicado a escribir su monumental obra a la que él titularía Commedia, y que a partir de sus ediciones en los siglos XV y XVI se le conocería como La divina comedia. Analizar literaria e históricamente esta imperecedera obra es tarea ampliamente realizada antes por notables estudiosos y destacados intelectuales, desde Boccaccio en el siglo XIV hasta Jorge Luis Borges en el XX, y en el presente se siguen publicando libros que tratan sobre tan trascendental obra y la vida de su autor, por lo que en las siguientes líneas nos limitaremos a tratar sobre la obra La divina comedia ilustrada por Doré como un aporte a las actividades en conmemoración al séptimo centenario del fallecimiento de Dante.
Nacido en Estrasburgo un 6 de enero del año 1832, Gustave Doré falleció en París el 23 de enero de 1883. Prolífico medio siglo de vida, dejando maravillosas y hasta ahora inigualables muestras de arte gráfico, entre ellas La divina comedia. Publicada en 1861, la versión de El Infierno de Dante significó un hito en las ediciones de la ya afamada obra escrita en el siglo XIV por el florentino, marcando si nos es dado a decir, un antes y un después de esta edición. Por ello hemos elegido la primera parte de esta monumental obra que refiere al paso de Dante por el Infierno, contando para ello con un guía en ese tortuoso camino y un guía también que en buena medida ha inspirado la obra de Dante, nos referimos a Virgilio, el gran poeta romano a quien el autor llama Gloria y lumbrera de los demás poetas… o …Tú eres mi maestro, mi mentor predilecto… (Alighieri, 1992: 18). Por lo que podemos inferir que la elección de Dante para el personaje que le guiaría por su periplo no podía ser más acertada e intencional, su mentor predilecto de la antigüedad latina le acompañaría y guiaría sus pasos por ese borrascoso camino. Tampoco sería un azar la elección de esta obra del siglo XIV que seguía vigente y actual en el siglo XIX, Doré tomaría obras de siglos anteriores y les daría nueva vida con sus ilustraciones y la cuidada edición de estas publicaciones.
En el caso de esta primera parte de la obra de Dante que corresponde a su travesía por las oscuras regiones del infierno, el texto consta de 34 cantos y 75 ilustraciones de Doré que recrean lo narrado en esta parte de la obra. En el inicio, Virgilio le explica a su guiado corpóreo de ese trayecto, que el infierno es una especie de espiral que inicia amplia y va cerrándose a medida se disminuyen los nueve círculos que le conforman, siendo los pecados y castigos más leves los primeros que visitarán, y el pecado y el castigo será mayor a medida se acerquen al fin de esta espiral infernal. Así también se hacen complejas las interpretaciones de Doré en esta edición ilustrada a medida avanza el viaje de Dante y Virgilio, siendo mayores los retos de interpretación y síntesis visual de los relatos a medida más reflexivos se vuelven las penitencias que cumplen por distintas faltas las almas que penan en los ya referidos nueve círculos que componen el infierno. Círculos que a su vez se subdividen en secciones menores que igual haya sido la gravedad de la falta cometida en vida, así es su castigo y el nivel que ocupan luego de su muerte y su permanencia en el infierno.
Pero Doré cumpliría con creces el reto de interpretar y representar lo que Dante había narrado. Y es que Doré tenía una sólida formación artística y un talento sin igual, en quien el dibujo, la pintura, la acuarela, el grabado o la escultura fueron facetas distintas dominadas por el mismo artista. Una mente virtuosa que dejó en cada obra una marca indeleble omnipresente hasta nuestra época, la historia del arte y la edición no han tenido un suceso similar a su profusa obra ilustrando clásicos de todos los tiempos: La divina comedia (1861), El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha (1863) o La Sagrada Biblia (1865) son quizá los más reconocidos, pero autores como Balzac, Shakespeare o Poe entre otros que se pueden citar, también son parte de su acervo de obras literarias ilustradas. Magistral paisajista, sus fondos en ocasiones parecieran ocultar la figura humana presente en ellos, tomando la importancia de la obra, pero de una manera u otra hasta ahora no alcanzada, esa preeminencia del paisaje pareciera más bien dimensionar la figura humana que es en realidad el centro del relato ilustrado, paradójico quizá, pero esa es la esencia de su genialidad, dando a cada ilustración y a la obra en conjunto un carácter único que les ha hecho trascender eras, gustos y sociedades hasta el presente.
Amante del academicismo, del detalle y el acabado minucioso, Doré recurrió a las técnicas de grabado también clásicas, en su obra gráfica predomina el grabado en madera de boj, realizado a contrafibra, tacos de madera que permiten un mayor nivel de detalle en su grabado y permiten mayores tiradas ya en la prensa tipográfica, detalles que parecieran sin relevancia en el presente, pero que en la industria editorial de la segunda mitad del siglo XIX eran cruciales para garantizar la calidad y la rentabilidad de todo el proceso. Sus ilustraciones llevan la firma en la esquina inferior izquierda, tal como lo mandaba la norma editorial de la época, y a la derecha podemos apreciar en la mayoría de los tacos xilográficos a su grabador: Héliodore-Joseph Pisan (1822-1890) quien realizaría junto a Doré distintos proyectos editoriales, entre ellos La divina comedia.
Las ilustraciones realizadas por Gustave Doré para la obra de Dante Alighieri La divina comedia utilizadas en la presente muestra han sido reproducidas de la edición de 1992, traducida por Cayetano Rosell y publicada en Barcelona por OCEANO Grupo Editorial.
Hallábame á la mitad de la carrera de nuestra vida, cuando me ví en medio de una oscura selva, fuera de todo camino recto (Alighieri, 1992: 11). Así iniciaba Dante Alighieri su ahora épica obra La divina comedia, sencillo inicio lleno de significados que nos adelanta que estamos frente a una obra pensada en transmitir reflexiones profundas que tienen que ver con la existencia humana más allá de las primeras apariencias. En estas palabras iniciales de su obra, se refiere Dante a un camino cualquiera encontrado a la mitad de su vida o es en realidad una reflexión del escritor sobre su propia existencia en donde la selva oscura y el camino recto se refieren a dilemas humanos y no a referencias terrestres. Siendo la obra escrita en la primera mitad del siglo XIV, las anteriores reflexiones es difícil que encuentren una respuesta concreta. Han transcurrido siete siglos desde ese entonces de Dante y su tiempo, y al inicio fue una obra pensada para ser transmitida de generación en generación a través de la tradición oral, de hecho, Dante a cada división de tema le llama Canto, por lo que en sus inicios fue escuchada por el público y no leída como en el presente, y este hecho a primera vista sencillo cambia muchas cosas sobre su verdadero sentido y significados.
Pero como párrafos atrás se explicaba, estas son reflexiones que ya otros autores mucho más autorizados que quien escribe estas líneas han planteado anteriormente. Veamos entonces la ilustración de Doré y qué nos transmite. Situado Dante en el centro de la composición, no es ni el elemento principal ni el que mayor espacio ocupa en el dibujo superior, pero la maestría del artista hace que nuestros ojos le busquen de inmediato, destacándose inclusive con su disminuida pose encorvada y temerosa. Mira hacia atrás como esperando aparezca lo que teme le persiga, y viéndolo bien, parece mirar directamente a quien sería el público que lee la obra, artificio artístico de Doré o crítica directa a la industria editorial de la época, tampoco lo sabemos con certeza. El miedo de Dante puede ser a cualquier cosa que él crea que lo persigue o que aparezca de repente en esa oscura selva o ingrata sociedad, no hay que olvidar que Dante murió en el exilio en Ravena, condenado injustamente a la hoguera en su natal Florencia si él hubiese osado regresar a ella.
Párrafos atrás mencionamos que el infierno estaba dividido en nueve círculos, mismos que se hacían más severos sus castigos según fuese la gravedad del pecado cometido en vida por aquellos condenados a ellos. El río Aqueronte sólo sería el primero de los muchos obstáculos que los dos visitantes deberían vencer para cruzar las desdichadas tierras del infierno, valga citar las palabras de Dante que le dirigió el colérico Caron para entender la desolación que les esperaba en tan triste travesía: «¡Hay de vosotras, almas perversas! No esperéis jamás ver el cielo. Vengo para trasladaros á la otra orilla, á las tinieblas eternas de fuego y hielo. Y tú, ánima viva, que estás ahí, aléjate de entre esas, que están muertas» (Alighieri, 1992: 34).
De este antiguo dios pagano que hacía las veces de barquero en el infierno, Dante diría que sus ojos estaban rodeados de círculos de fuego y su atronadora voz arreaba las infinitas almas que de una orilla del río necesitaban llegar a la otra, Virgilio le increpó al avejentado barquero que debía llevar a Dante porque así estaba dispuesto por fuerzas superiores a ellos, y luego explicaría al visitante terrestre qué hacían allí tantas almas reunidas, siendo su permanencia en ese sitio momentánea. Conmovido y sacudido por tan terrible verdad, Dante describió luego que le sucedió:
Esto diciendo, tembló tan fuertemente la sombría llanura, que todavía se me inunda en sudor la frente al recordar mi espanto. De aquella tierra de lágrimas se alzó un viento que despidió un rojizo relámpago; y trastornados por él todos mis sentidos, caí como un hombre aletargado de sueño (Alighieri, 1992: 37).
Doré representaría al bilioso barquero como un ahusado anciano de larga barba y cabello enmarañado, de mirada grave y luchando con embravecidas aguas para darle dirección a su barca, la que luego se llenaría de condenados y llevaría también al exánime Dante y a su guía y compañero a la otra orilla del Aqueronte, en donde más tormentos y aflicciones tendrían que contemplar los visitantes a estas olvidadas regiones, o como Dante acertadamente les llamaría: aquella tierra de lágrimas.
Doré ha idealizado la figura de los amantes en la ilustración superior, quizá inspirado en la solidaridad con ellos mostrada por Dante en su escrito. Idealizada porque a simple vista parecieran no padecer ningún tormento ni sufrir ningún visible castigo, si miramos la escena aislada más bien da la idea de que han visto cumplido su anhelo de no separarse más el uno del otro. Pero nada en La divina comedia es tan sencillo. Dante explica así el suplicio de la infeliz y atormentada pareja:
Entónces comenzaron á hacérseme perceptibles las dolientes voces; entónces llegué á un punto donde hirieron grandes lamentos mis oídos. Encóntreme en un sitio privado de toda luz, que mugia como el mar en tiempo de tempestad, cuando se ve combatido de opuestos vientos. El infernal torbellino, que no se aplaca jamás, arrebata en su furor los espíritus, los atormenta revolviéndolos y golpeándolos; y cuando llegan al borde del precipicio, se oyen el rechinar de los dientes, los ayes, los lamentos, y las blasfemias que lanzan contra el poder divino. Comprendí que los condenados á aquel tormento eran los pecadores carnales que someten la razón al apetito; y como en las estaciones frias y en largas y espesas bandadas vienen empujados por sus alas los estorninos, así impele el huracan á aquellos espíritus perversos, llevándolos de aquí allá y de arriba abajo, sin que pueda aliviarlos la esperanza, no ya de algún reposo, mas ni de que su pena se aminore (Alighieri, 1992: 50).
Dante intercambió palabras con Francisca de Rímini, escucho apiadado su triste historia y no concluyendo ésta aún sus palabras, el acongojado Dante perdió el conocimiento y cayó desplomado.
Canto sexto. Dante y Virgilio cruzan a través del tercer círculo del infierno. Ilustración de Gustave Doré publicada en la página 65 de La divina comedia editada en 1992 en Barcelona por OCEANO Grupo Editorial.
Si bien hemos mencionado páginas atrás que en el trabajo gráfico de Doré prevalece el fondo sobre la figura humana, la ilustración superior parece ser la excepción a la regla. Dividida en dos segmentos bien marcados entre sí, la mitad superior carece de detalle y sólo se percibe una insondable oscuridad que se extiende hasta el horizonte, sombra que parece aumentar el peso que aparentan cargar a sus espaldas Virgilio y Dante, quienes dando pasos desanimados y encorvados no levantan sus miradas del suelo, como si temiesen mirar directamente el desgarrador cuadro de los condenados. El manto de Virgilio vuela a sus espaldas, lo que nos hace inferir les sopla un fuerte viento que arrastra toda esperanza de los condenados en esa lóbrega planicie. La mitad inferior el artista la ilumina según avanza el paso de los visitantes, a medida la distancia separa a los condenados de ellos, las sombras empiezan a desvanecerlos de la vista de quien observa la obra. Todos se arrastran para alcanzar a los visitantes, unos les dirigen súplicas, otros parecen advertirles no seguir caminando por tan tristes páramos pues podrían quedar ahí varados por toda la eternidad, las mujeres tiran de sus largos cabellos como deseando desprender la cabeza de sus cuerpos atizadas por el dolor del tormento, los hombres se arrastran y de hecho ningún ser -excepto los dos caminantes foráneos-, está en pie, todos -hombres y mujeres a este círculo condenados-, parecen reptar por la estéril tierra sin esperanzas de erguirse y dar un primer paso que les aleje del suplicio.
Una intermitente lluvia fría, de agua oscura y fétida, nieve y granizo duro e hiriente les martirizará noche y día por toda la eternidad a los condenados a este tercer círculo del infierno. El hombre que levantando su mano izquierda se dirige a Dante, éste lo identifica como Ciacco, quien afirma haber sido un prominente ciudadano de Florencia, de donde conoce a Dante y le cuenta su tormento en este círculo, que es por él merecido por una vida caída a mal por el pecado de la gula, al igual que todas las almas a ese círculo condenadas. Al tormento de la lluvia perenne y cortante debemos agregar el ladrido horrible y las dentelladas del Cerbero, cruel guardián de este circulo.
Doré no pudo interpretar mejor las palabras de Danté para describir visualmente el paso de éste y Virgilio a través de la laguna Estigia que les llevaría a la ciudad de Dite, urbe que albergaba a todos aquellos incrédulos de la existencia de dios alguno. Flegias, aquel que las fábulas antiguas le llamaban hijo de Marte, es el barquero que lleva las almas de la orilla a la ciudad, y en la ilustración le vemos encorvado y esforzado en su lucha por mantener a flote la embarcación ya que nunca antes había cargado un ser de carne y hueso, como lo era Dante en su viaje. Sólo almas ha llevado antes el furibundo barquero y el peso del cuerpo de Dante hunde la barca, haciendo que su esfuerzo por llevarla a su destino sea más duro y fatigoso.
Un mar de aguas muertas le llama Dante a esta extensión lacustre, pantano fangoso y oscuro en donde nadan los iracundos y bajo ellos los displicentes, los que sufren su tormento habitando el quinto círculo. Uno de estos condenados intenta aferrarse a Dante, a lo que Virgilio se interpone y lo conmina enérgico a ocupar su justo sitio en las pestilentes aguas de su castigo. Dante identifica a esta alma atormentada como Felipe Argenti, a quien en la ilustración le vemos apoyado en la barca y sujetado con fuerza por Virgilio, y aún así, el condenado alcanza a cruzar palabras con el poeta, a quien arrogante le pregunta quién es y qué hace en estos lugares antes de su deceso, a lo que Dante le responde altivo que no esta ahí para quedarse y que aún con el fango fétido que le cubre logra reconocerle. Dejando atrás el suceso, Dante y Virgilio son testigos del destino de estas almas aquí condenadas, el iracundo Felipe se devora y es devorado por sus vecinos de tormento, quienes iracundos en vida, continuan arrogantes y violentos en su muerte.
El séptimo círculo, Dante y Virgilio han llegado ya al sitio en donde los violentos cumplen su eterna condena. Virgilio mismo aconseja descender por el terreno pedregoso lentamente, para que su olfato se vaya acostumbrando lentamente a soportar el nauseabundo hedor que desde lejos les anuncia pútridos páramos por atravesar. Ahí vigila el Minotauro, el ser mitológico nacido del deseo impúdico de Pasifae -esposa del rey Minos-, por un toro, unión que hizo posible un artilugio mecánico del célebre Dédalo, invención que Dante en su obra llamó …la vaca artificial… (Alighieri, 1992: 116). Este ser mitad humano, mitad toro, yace agotado luego de una frenética rabieta, y este desanimo en el terrible ser, es aprovechado por Dante y Virgilio para cruzar el espacio sin verse afectados por la furia de aquel.
Condenado en vida a cuidar el laberinto en su natal Creta, ahora el Minotauro es condenado a cuidar por la eternidad que las almas de los iracundos y displicentes sean atormentadas y paguen sus pecados en este séptimo círculo. Su propia existencia siempre fue marcada por la tragedia y la ilustración de Doré así lo refleja. Recordemos que los dos visitantes descienden por terrenos pedregosos y empinados, las piedras de hecho ruedan por primera vez en milenios al sentir el peso de un cuerpo físico como lo es el de Dante, que no es alma sino ser de carne y hueso. El Minotauro recorre esta irregular geografía cada jornada, noche y día, no ha bastado el ser condenado al sitio al morir producto de la traición de su media hermana Ariadna, quien enamorada de Teseo, le enseñó la manera de asesinarlo y le dió el secreto para salir del laberinto, y su agonía sigue hasta la eternidad rumiando su furia y abominando que estará ahí por los siglos de los siglos, sufrimiento visible en la ilustración que Doré ha hecho del paso de los dos visitantes que frente a él transitan.
Las alusiones de Dante a criaturas de distintas mitologías es una constante a medida los dos visitantes se adentran a los profundos círculos internos del infierno. En el caso de la presente ilustración nos muestra a Gerion, quien atormenta las afligidas almas condenadas al último recinto del séptimo círculo. Dante la describe como …la deforme imagen del fraude… (Alighieri, 1992: 161), y dice que tiene el rostro de un hombre sin mancha y cuerpo de serpiente, patas peludas y alas. Virgilio ve en el engendro frente a ellos el vehículo para atravesar este último tramo del séptimo para llegar al octavo, el penúltimo círculo que les quedaba por atravesar.
La criatura portentosa sirvió entonces de transporte, a sus espaldas se aferraron los dos poetas y remontando el aire los llevó hacia en donde inicia el octavo círculo, no sin antes aterrar a Dante con su vuelo, recordemos que es una obra del siglo XIV, cuando sólo en las más osadas fantasías se imaginaba que la humanidad podría un día volar, por lo que montar una criatura fantástica con alas, debía ser para el resto de los mortales una acción extrema y sin igual. En la ilustración superior el artista dibuja de espaldas a Gerion, por ello no vemos su rostro bien formado de humano, sólo apreciamos su alargado cuerpo escamado, las alas y su cola extensa que Virgilio cuenta podía atravesar montañas y muros cual arma sin igual. Los dos poetas aparecen a la vista de Gerion, en el extremo superior derecho del cuarto inferior a la izquierda de la ilustración, clara alusión a la regla de oro del arte renacentista: la sección dorada, el punto hacia donde convergen las miradas de los espectadores del arte, entre otros significados más filosóficos y esotéricos de la afamada regla.
El octavo círculo del infierno se divide a su vez en diez fosos en forma también circular, y distintos pecados se pagan en cada uno de ellos. Pero leamos una mejor descripción de él en las palabras mismas del poeta:
Un lugar hay en el Infierno, llamado Malebolge, hecho todo él de piedra de color de hierro, como la cerca que al rededor le ciñe. En medio justamente de aquel maligno terreno, se abre un pozo muy ancho y profundo, cuya disposición diré a su tiempo. El espacio que queda entre el pozo y el pie de la alta y maciza cerca, es redondo, y se halla dividido interiormente en diez fosos (Alighieri, 1992: 169).
En la ilustración superior Dante y Virgilio se asoman temerosos al borde del segundo foso, en donde en un estercolero los aduladores se hunden. Los dos observadores se inclinan a la orilla viendo el triste suplicio de los condenados, al que fueron condenados por su vida de mentiras y engaños de toda índole, el fuerte olor a excrementos humanos se impregna en todo, hasta en la paredes de la roca desde donde los dos observadores se inclinan para husmear en los condenados, los que se apiñan en las escasas orillas que deja libres el pozo en donde se encuentran, unos tratando de subir arañando la roca desde donde les observan, otros simplemente se contentan con alejar sus cuerpos fuera de la inmundicia, en tanto otros apenas sobresalen de ella y tantos se ven sumergidos en tan fétido liquido. La composición de la ilustración lograda por Doré hace que todas las miradas se dirijan a Dante y Virgilio sobre la roca, las luces, las sombras, la pose de los condenados guían a los ojos de quien admira la escena a buscarles.
Estando Dante y Virgilio en el quinto foso del octavo círculo, los demonios encargados de mantener a ras del liquido fétido a las almas condenadas a él se enfrascaron en una lucha que hizo caer en la pestilente sustancia a dos demonios luchando, lo que provocó se alteraran los ánimos de condenados y custodios, situación que los dos poetas aprovecharon para seguir su camino lejos de los nada confiables e irascibles demonios. Aterrado Dante ante la vista de los coléricos demonios que terminado el barullo les fueron a perseguir, Virgilio advierte su temor y el peligro que corrían, por lo que toma a Dante sobre su pecho y descienden rápidamente la colina que divide el quinto del sexto foso, que es precisamente lo que Doré ilustró, a Dante y Virgilio al final de la pendiente y a los demonios iracundos que les insultan y desean con ansías llegar a ellos desde lo alto de la colina, lo que les es imposible pues ellos están asignados al quinto foso y no les es permitido siquiera rozar el límite que separa a éste del sexto.
Doré ilustra el paisaje de fondo con acantilados enormes y rectilíneos, oscuros como si la luz no alcanzará a iluminar tan extremas honduras, la claridad la muestra el dibujo únicamente en el grupo de demonios que insultan y señalan a los dos poetas que ya a salvo de ellos les ven desde abajo, igual aclarados por el artista para destacarles del paisaje oscuro del fondo. Pese a que los demonios no pueden alcanzarles ya fuera del foso al cual fueron ordenados a cuidar, los dos poetas les miran cautelosos desde abajo, temiendo un ataque pues de ellos es conocida su voluble naturaleza.
Referimos antes que a medida se acercaban Dante y Virgilio a los últimos círculos del infierno, se volvían más duros y terribles los castigos a las almas en ellos condenadas. Dante no terminaba de asombrarse del dolor y los tormentos pese a haber recorrido ya casi toda la extensión que ocupaba el infierno e iniciando el vigesimoctavo canto, así lo dejaba escrito:
¿Quién podría jamás, ni con palabras no rimadas, ni repitiéndolo una y otra vez, referir cumplidamente la sangre y las heridas que ahora se ofrecieron á mi vista? En verdad que toda lengua sería inferior á semejante empeño, por falta de expresiones y de memoria, que no son capaces de abarcar tanto (Alighieri, 1992: 259).
La cabeza alzada de Beltran del Born, quien hablaba desde ella sujeta del cabello frente a su cuerpo a los dos impresionados poetas ante tan inusual escena, es el perfecto ejemplo de lo aseverado antes por el poeta en la cita precedente. En el noveno foso del octavo círculo se encuentran aquellos que en vida sembraron discordias, tanto sociales como religiosas, su castigo es ser despedazados eternamente por demonios armados de filosas espadas, y luego de ser desmembrados, su cuerpo mutilado se regenera para ser nuevamente despedazado en un tormento continuo hasta la eternidad. El dramatismo de la ilustración realizada por Doré dimensiona la escena descrita, en un nivel superior al que ocupan los poetas, aquel que era vizconde en vida, sostiene su propia cabeza separada del cuerpo y es iluminado completamente, haciendo parecer que carece ya de vida y muestra pálida su blanquecina cubierta que hace mucho ha dejado de ser piel.
Canto trigesimosegundo. Dante toma del cabello al altanero Bueso de Duera, el que paga la traición a su patria en el Antenora, la segunda división del noveno círculo. Ilustración de Gustave Doré publicada en la página 307 de La divina comedia editada en 1992 en Barcelona por OCEANO Grupo Editorial.
Y llegan Dante y Virgilio al noveno círculo, al último tramo de este atroz infierno, y Dante admite no tener palabras ni conocimientos para describir lo que está por ser testigo. Un helado lago, más parecido al cristal que al agua, era lo que su vista admiraba y lo que sus pies debían pisar para avanzar en su periplo. Ahí estaban sumergidas las almas de aquellos que en vida habían sido traidores, y en esta primera partición del círculo -de cuatro en que se hallaba dividido-, penan los que cometieron traición a su propia sangre, por ello era llamada Caina. Escribió el poeta ante la vista de los ahí condenados que …en el temblor de sus labios se manifestaba el frío, y en los ojos la tristeza de sus corazones (Alighieri, 1992: 304). La segunda división de este círculo era nombrada Antenora, en donde se hallaban los traidores a su patria, ahí Doré ilustra la reprensión que Dante hace al descortés y altanero Bueso de Duera, quien niega identificarse y es delatado por un penitente que estaba a su lado.
La ilustración superior retrata con fidelidad el gélido paisaje en donde penan las almas de los traidores, en donde no pueden asomar más que sus narices y hasta las lágrimas que brotan de sus ojos son congeladas al instante adhiriéndose a su ya frío rostro. Dante toma del pelo al mencionado Bueso de Duera, quien luego de que el poeta sin intención alguna golpeara su cabeza al caminar por la congelada superficie, le reclama airado la razón por la cual le golpeaba. Luego viene un cruce de palabras de reclamo entre ambos y Dante se exaspera y va arrancando mechones del cabello del sumergido, sin que este muestre en ningún momento ceder en su altanería. Al final el poeta se retira, no sin antes amenazarle con narrar su vergüenza para mayor pena del condenado.
Canto trigesimosegundo. Dante y Virgilio ven como el conde Ugolino devora frenético la cabeza del arzobispo Rugiero, dos almas que penan su condena en el Antenora. Ilustración de Gustave Doré publicada en la página 309 de La divina comedia editada en 1992 en Barcelona por OCEANO Grupo Editorial.
Dante y Virgilio, apartan su vista del altanero condenado porque una cercana escena por inusual llama su atención. Si bien es cierto en este segundo foso del noveno círculo reciben su condena los traidores, cada uno de ellos rumiaba sus penas de manera individual, sin embargo, quien en vida era el conde Ugolino devora a dentelladas la cabeza del arzobispo Rugiero (ambos personajes de su tierra natal). Dante impresionado de tan insólita vista, le pide explicaciones a quien comía la carne del rostro del otro:
Apartó aquel pecador su boca de tan horrible cebo, y limpiándosela con los cabellos del cráneo mismo que había estado royendo, empezó a decir: «Me pides que renueve el desesperado dolor que oprime mi corazón con sólo pensar en él, y aún antes de referirlo; pero si mis palabras han de ser ocasión de nueva infamia para este traidor á quien devoro, verás que á la vez hablo y prorrumpo en llanto (Alighieri, 1992: 313).
Expone el que comía, que en vida le había arruinado su existencia el personaje a quien devoraba, en contubernio con otros el arzobispo le encerró junto a sus hijos y varios familiares cercanos en un oscuro cuarto, en donde simplemente se les encerró ahí hasta su deceso, odiando por ello el conde al arzobispo, a quien encontró luego de pasar a la otra vida. Contó a Dante su triste historia, diciendo entre lágrimas que al cuarto día de su encierro había visto morir a su hijo Gaddo, y entre el quinto y el sexto día vio morir a los otros tres, y no bastando su dolor, dos días más les llamaba aún después de muertos y el conde con infinita pena al fin dejó el mundo terrenal: …Acabando que hubo de hablar así, y lanzando torvas miradas, volvió a cebarse de nuevo en el miserable cráneo, royendo el hueso sus dientes con un ahínco como el de un perro (Alighieri, 1992: 313).
Canto trigesimocuarto. Dante y Virgilio miran azorados a Lucifer en el último nivel del infierno. Ilustración de Gustave Doré publicada en la página 327 de La divina comedia editada en 1992 en Barcelona por OCEANO Grupo Editorial.
La Giudeca, el cuarto foso del último círculo del infierno. Ahí están condenados los más imperdonables de los traidores, y un aterrado Dante narra la visión que tenía frente a él:
Cuán atónito y mudo quedé entonces, no pretendas !oh lector! averiguarlo; yo no lo escribo, porque sería poco cuanto dijera. No estaba muerto ni vivo: considera tú, si algún asomo tienes de ingenio, cuál me vería yo allí, privado de la vida y de la muerte (Alighieri, 1992: 326).
Y no eran para menos las palabras del poeta, se hallaban en el último tramo del infierno, ahí vivía su destierro aquel que había sido uno de los ángeles más bellos del cielo: Lucifer, a quien vemos en la ilustración superior tal como Dante lo describe en el último canto de la primera parte de su Commedia: descomunal en su tamaño, feroz en su apariencia, dos enormes alas salen de sus hombros, de apariencia similar a las de los murciélagos, las que al batirlas producen tres distintos tipos de viento, aire gélido que congelada el agua en todo ese círculo. En su cabeza, tres rostros devoran cada uno de distinta manera a diferentes condenados. Desde la altura que los dos poetas admiran al colosal portento, Doré ha sabido llevar la vista del espectador del dibujo a través de los escombros iluminados de la parte inferior hasta ellos en lo alto del peñasco, en toda esa destrucción, cuerpos mutilados por doquier dan un panorama de lo que ahí les sucede a los condenados a esta última parte del también último círculo. Luego Dante y Virgilio usarían el cuerpo mismo de Lucifer para pasar de la oscuridad gélida del infierno a la calidez que da la luz solar, recordemos que para Dante y su tiempo, el cuerpo de Lucifer ocupaba dos hemisferios, la mitad vivía en el averno y la otra mitad daba a la superficie terrestre, hasta donde los dos poetas al fin pudieron salir.
Palabras finales: ¿Dejad toda esperanza vosotros que entráis?
Parafraseando las palabras escritas en negras letras que Dante y Virgilio leyeron en la puerta de entrada al infierno: …Renunciad para siempre á la esperanza… (Alighieri, 1992: 29), pareciera fueran expresadas al ser humano del presente en su tránsito por la Tierra y los azarosos tiempos modernos. Pero desoyendo tan lapidaria advertencia, el poeta terrenal y el acompañante inmaterial atravesaron la puerta y se internaron resueltos a cruzar los nueve círculos y encontrar la salida al periplo de Dante, recordemos que al inicio del libro -y de la presente exposición-, se muestra a un atribulado Dante perdido en medio de una profusa y oscura selva, Virgilio acude en su ayuda y le conmina a no tomar la vereda que a simple vista pareciera la salida fácil de su extravío y se ofrece de guía para cruzar el tortuoso pero seguro camino que le llevará a la salida de tan lóbrego y exánime lugar.
El 30 de abril de 1921, Benedicto XV en su séptimo año de pontificado dedicó la encíclica En praeclara summorum en honor a Dante, se conmemoraba el sexto centenario del fallecimiento del poeta y en el ítem 9 de ese documento, el sumo pontífice hacía la reflexión de que pese a haber transcurrido seis siglos desde su obra a la época, seguía manteniendo la vigencia de un poeta de ese presente, y podríamos añadir que continua aún vigente cuando en este 2021 honramos el séptimo centenario de su deceso allá en la Ravena del año 1321, ciudad en donde terminó su exilio y en donde reposan sus cenizas hasta nuestros días. Si Dante admirase nuestro presente, o si por razones del destino nos tocase tomar su lugar y ubicar en cada uno de esos nueve círculos del infierno por él transitados a personajes de esta época ¿pensaríamos que es una obra escrita siete siglos atrás y que no tiene nada que enseñarnos en nuestra contemporaneidad? La divina comedia es más que un texto escrito hacia la primera mitad del siglo XIV que ha persistido en la memoria de la humanidad por siete siglos, no es en sí un viaje físico de Dante cruzando el infierno y ascendiendo por el purgatorio hacia el anhelado paraíso, es el tránsito de un hombre que moralmente va creciendo a medida concluye su periplo enriquecida su mente y su espíritu con las experiencias vividas en el camino recorrido.
Hoy, conmemorando el séptimo centenario del fallecimiento de Dante Alighieri, veamos en la obra del poeta un tributo a la infinita capacidad de creación que tiene la humanidad, su obra se magnificó con la ilustración aportada por Gustave Doré y ahora son casi inherentes la una a la otra. En nuestro presente cuando pensamos en La divina comedia imaginamos siempre la imperecedera obra de Dante ilustrada por Doré o viceversa, al pensar en las obras de Doré vienen a nuestra mente las realizadas para ilustrar La divina comedia. Leer a Dante ha sido siempre una constante en los últimos siete siglos de historia humana, no importando la cultura, la geografía o la época, ha sido traducido, reinterpretado, reproducido, alterado o citado innumerables veces como pocas obras antes o después de ella. De igual manera, las ilustraciones de Doré desde el siglo XIX han sido inspiración permanente en distintas disciplinas del arte, desde el cine, la moda, la música o la industria editorial. Pareciera que Doré se adelantó a su época y supo emprender sus proyectos de ilustración con obras que la posteridad haría imperecederas y por ende también haría eterno y permanente a su arte mismo.
Tegucigalpa, Ciudad Universitaria José Trinidad Reyes. Martes 19 de octubre del año 2021.
Bibliografía
Alighieri, D. (1992). La divina comedia. Barcelona: OCEANO Grupo Editorial.