Ezequiel Padilla
Nace en Comayagüela M.D.C, en 1944. Realizó estudios en la Escuela Primaria República de Uruguay de Tegucigalpa, en la cual también se formaron sus colegas artistas, Virgilio Guardiola y Antonio Dubón. Desde muy temprana edad mostró inquietud por desarrollar una carrera artística, realizaba copias de pinturas que despertaban su inquietud e interés artístico. Al igual que Aníbal Cruz, realizó estudios en el Instituto Central Vicente Cáceres; al concluir sus estudios secundarios ingresa simultáneamente a la Carrera de Ingeniería de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras y a la Escuela Nacional de Bellas Artes (ENBA) de la cual egresa en 1968. Ezequiel participa aisladamente en los movimientos estudiantiles universitarios; en el año de 1964, siendo estudiante de la ENBA, monta su primera exposición individual, en esta etapa su obra se ve claramente influenciado por el cubismo analítico.
En pleno auge de la postmodernidad en la década de los 70, Ezequiel Padilla comienza a desarrollar una propuesta plástica más agresiva y de naturaleza contestataria, influenciado por el expresionismo, utilizando como soporte la pintura. Su trabajo denota una clara atracción por la estética del horror y lo monstruoso; el empleo de los colores es vibrante y luminoso el cual se expanden en grandes planos.
Es uno de los pintores más prolíferos de la generación del 60, desarrolló diversas exposiciones a nivel nacional e internacional entre las que destacan: Museo Metropolitano de Monterrey, México, (2000); III Bienal de Brasil, (1996); Bienal de La Habana, Cuba, (1994); Galería Arte Latinoamericano, Miami, (1993); Muestra itinerante, OEA en la Casa de América Latina, Francia, (1992) y II Bienal de Cuenca, Ecuador, (1989) entre otras.
Nadia Cáceres |
Unidad de Artes Visuales CAC-UNAH |
Ezequiel y las geografías del desaliento
Únicamente una cosa pone a los seres humanos en movimientos migratorios peligrosos e indefinibles: el desaliento
El desaliento es, en definitiva, el responsable de que millones de personas pasen por la indignidad de abandonar sus tierras, sus profesiones, sus seres queridos y la mayoría de los casos, sus vidas. “El sueño americano” contemporáneo, al margen de estrategias y discursos políticos vacíos, se vincula directamente y como todos ya sabemos, con la ruta mortal gobernada por “la bestia”. Mire Mendoza!, me comenta el Maestro Ezequiel, “el sueño americano está ahí, …toda una confusión, …algo indefinido… pero está ahí, está ahí presente siempre entre las personas”.
Ezequiel Padilla Ayestas, fiel a sí mismo, permanece desde hace más de 4 décadas como una de las escasas voces verdaderamente críticas en las artes de nuestro país. Su obra siempre ha optado por diálogos elevados en lo más alto de la estética, lanzada como puñados violentos de gritos intencionalmente cargados de elementos de tipo irracional y que, por tanto, exige de nosotros una dosis de subjetividad y una mirada más imaginativa al momento de enfrentarnos a ella.
Ezequiel destaca, sin duda alguna, como uno de los artistas más coherentes y comprometidos en la investigación psicológica de esa conciencia y estado de alienación y confusión que la sociedad contemporánea en general y la hondureña en particular padece. Su exploración de “El Sueño Americano” transcurre como una prolongación y una búsqueda de tensiones entre lo absurdo y las estructuras más organizadas e inamovibles.
Su maestría en el uso de los recursos plásticos contrapuesta a los resultados de la confrontación con esta ruta irracional, desemboca en geometrías evocadoras y enfrentadas, definidas por brochazos sinceros y transgresores creando imágenes que abruman la conciencia. Estas geografías psicológicas agrupadas bajo el título de esta magnífica muestra, nos presentan espacios y tiempos que no cesan de confrontarse, cruzarse o fundirse y nos invitan a investigar, descubrir y recomponer nuestra ubicación, para definir de esta manera, si estamos en búsqueda de la entrada a un sueño americano o por el contrario, en búsqueda de la salida próxima a esa pesadilla utópica regresiva.
Darwin Mendoza |
Curador de la exhibición física que se realizó el 24 de noviembre de 2015 en el Museo para la Identidad Nacional |
EZEQUIEL PADILLA: Dignificar el tedio.
ALGUIEN escribió una vez, creo que en relación con Calatrava, que sus formas eran una manera de ‘dignificar el tedio’, lo ordinario, al tomar las hieráticas dimensiones de las ciudades, para transformarlas en movimiento. Este concepto es preciso si queremos encontrar en la obra de uno de los pintores más sobresalientes de la segunda mitad del siglo XX hondureño, aún inserto en este milenio, un pequeño asidero que permita admirar su pintura y terminar siendo víctima de su perfecta ejecución, de sus inquietantes conclusiones.
Cuando se suponía que la veta del expresionismo debía terminar en aquel siglo, Ezequiel Padilla, con una lacerante sensibilidad y un sufrimiento que llevan azotándole por casi setenta años, nos demuestra que en una sociedad como la nuestra los gestos de sus personajes son permanentes, la composición refleja la impronta de la decadencia; el mensaje omnisciente es la naturalidad con la que nuestra gente rumia su tristeza y los colores son la desidia con la que repite, cada cuatro años, el rito de votar por sus propios enemigos, o el rito de cabalgar sobre ‘la bestia’ en procura del “sueño americano”.
Con la pintura de Ezequiel Padilla sucede lo mismo que la poesía en verso, que muchos poetas consideran puerta fácil para acceder a la fama. Sin embargo, para el logro de la nítida sencillez en el trazo, Ezequiel Padilla hubo de pasar la Estigia y todos los círculos del Averno; e incluir, además, los que una minoría social depredadora ha venido tejiendo con la flama del hambre sobre la piel del pueblo.
Recorrer ese camino fue una manera de asumir barroco y gótico en uno solo primero, para poder imprimir finalmente en su estilo el rápido, mortal, bello y simple parpadeo del relámpago…
Quienes hemos tomado la tarea de seguir, en forma leal y constante, el rastro que deja el hilillo de sangre de su obra, podremos distinguir con Ezequiel Padilla la historia verdadera de la patria; no la oficial, heroica y vana, sino la oscura, tortuosa y cruel, finalmente dignificada por el tedio.
Eduardo Bähr |
Tegucigalpa, octubre de 2015 |