Paúl Martínez |
Fototeca Nacional Universitaria - UNAH |
El último escrito de la trilogía de artículos Scraps from an Artist’s Note-Book (Apuntes del cuaderno de un artista) es The Carib Settlements, el que fuera publicado en la edición de julio de 1857 de la revista estadounidense Harper’s New Monthly Magazine. Le antecedió Omoa: picturesque and incidental que apareció en la edición de diciembre 1856 y An earthquake in Honduras publicado en enero de 1857. Los tres artículos narran las experiencias vividas por tres artistas estadounidenses que visitaron la zona atlántica hondureña en el segundo semestre de 1856 y dejaron evidencia escrita y visual de sus viajes en ellos. Radicados en Omoa, el antiguo puerto había ido perdiendo su antigua grandeza luego de la independencia del dominio colonial español en 1821 y ante los ojos de los artistas no era más que una comunidad sin mayores atractivos y con trazas de haber sido décadas atrás un importante punto comercial.
Ninguno de los tres artículos explican las razones por las cuales estos tres artistas se hallaban en Honduras, o el motivo de su estadía en Omoa, quizá simplemente eran tres más de los innumerables viajeros que esperaban por un barco para retornar a los Estados Unidos, cosa común en ese entonces, cuando muchos hacían espera de semanas e inclusive meses para poder viajar ante la merma de tráfico marítimo del antiguo y dinámico puerto de Omoa, de hecho, muchos optaban por viajar a Trujillo y tomar barcos que les llevaran a La Habana y que luego zarpaban a ciudades de los Estados Unidos, pero ello es solo conjetura de quien escribe estas líneas, la verdad no sabemos las razones de su permanencia en la zona atlántica de Honduras o los motivos de sus viajes, apenas referencias vagas tenemos de sus identidades y dispersas fuentes que confirman su presencia en la zona y en las fechas que refieren sus escritos en la revista de Harper de su estadía en Honduras.
Este tercer artículo se desarrolla en los departamentos de Cortés y Atlántida. Los tres artistas viajan a distintas comunidades garífunas de la zona, a las cuales indistintamente el narrador las llama de asentamientos caribes, como superficialmente catalogaban todos los extranjeros a cualquier poblador hondureño de la zona atlántica, no importando su lengua, su cultura o su ubicación geográfica, caribe podía ser garífuna, miskito, pech o tolupán y por lo general el calificativo tenía una fuerte connotación despectiva. Esta denominación de caribes era herencia de los tiempos de la corona española en la región centroamericana y una cita del investigador Götz von Houwald (1913-2001) nos arroja luces sobre ello:
…Para los españoles, todos los que vivían “detrás de los Miskitu” eran “caribes”, sin hacer diferencia alguna, siendo lo único interesante si estos eran “indios desleales” o bien tribus enemigas de Su Majestad”, o no. Hasta hoy esto casi no ha cambiado. El desprecio de la idiosincrasia indígena por los españoles alcanza su cúspide con la expresión de Antonio de Ulloa y Jorge Juan, quienes aún en el siglo XVIII opinaban, “visto a un indio, visto a todos” (Houwald, 2003: 57).
Aún para el siglo XX, Eduard Conzemius (1892-1931) llama al pueblo garinagu como Black Carib (Caribes negros) o Garifes (Conzemius, 2004: 10). Contrario a estos calificativos a todas luces peyorativos, William V. Davidson señala que antes de 1970 eran comunes y poco a poco fue tomando presencia el nombre garífuna, expresando su satisfacción ante la posibilidad de tener certezas del origen de este pueblo, a diferencia de lo que podría esperarse de otros pueblos indígenas en Honduras, Mesoamérica o el planeta en general:
Es un evento raro que los orígenes de un grupo étnico (etnogenesis) sean conocidos históricamente. Casi todos los pueblos que pueden afirmar ser un «grupo étnico» por haber alcanzado suficiente cohesión, por poseer una herencia en común, o por ocupar un territorio cultural son nativos de una tierra. Sus orígenes normalmente se pierden en la incertidumbre de la prehistoria. Sin embargo, entre los habitantes contemporáneos de Honduras, los garífunas son un ejemplo de un grupo poco común cuyo origen puede conocerse con cierta certeza (Davidson, 2009: 132).
Continuando con la historia que nos concierne, por las comunidades nombradas en el escrito del artista estadounidense podemos inferir que han sido sitios de presencia garífuna los que visitaron, Tulián o Cienaguita por ejemplo. Los orígenes del pueblo garinagu se pierden en las arenas del tiempo, no así su arribo a tierras hondureñas, en donde distintas fuentes señalan como el año 1797 la fecha que son desterrados de la isla de San Vicente varios miles de pobladores que luego de rebeliones y guerras contra los ingleses fueron subidos a barcos y trasladados primero a la isla de Roatán -la mayor de las que forman el archipiélago de las Islas de la Bahía en el Caribe hondureño-, y luego fueron llevados al histórico puerto de Trujillo, desde donde comenzaron a poblar distintas zonas del atlántico hondureño a todo lo largo del siglo XIX fundando sus comunidades siempre buscando la cercanía del mar y los ricos recursos que éste supone.
Leer la trilogía de estos escritos nos permite hacer hipótesis de las razones de sus viajes o la ruta por los tres artistas recorrida. Inicialmente pensamos que había sido una sola gira la realizada, dividiendo en tres la crónica del viaje. Ahora bien, en este tercer relato mencionan que se les unió a la expedición el Doctor, quien se cuenta que es un estadounidense radicado en Omoa y cuyo voluminoso peso les acarreó más de algún problema en la endeble embarcación en la cual se adentraron en las aguas del Caribe. En otras palabras salieron de Omoa ex profeso para las comunidades por ellos nombradas caribes, lo que no coincide necesariamente con el orden de la narración, ya que su primera experiencia con las embravecidas aguas del mar Caribe empujan su embarcación a encallar en un cayo cercano a la costa por ellos recorrida, y hacia esa zona las únicas islas pequeñas que podrían coincidir con lo descrito en el naufragio son los Cayos Cochinos, lo que ubica este inicio del relato en el departamento de Atlántida y no en Cortés como podemos suponer sí salieron de Omoa hacia el Caribe. Otra opción podría ser que venían de Colón, viaje en el cual relatan sus vivencias durante un terremoto, que es el segundo artículo publicado en esta serie de la revista mensual de Harper. Si vienen de Colón hacia Omoa -en Cortés-, entonces sí tendría sentido que pasaran por los Cayos Cochinos antes de su arribo a Tulián, su siguiente destino luego del naufragio en el cayo. Ahora bien, esta versión tiene lógica si pensamos en el recorrido, pero pierde fuerza si tomamos en cuenta la presencia del Doctor, ya que en el viaje en donde vivieron la experiencia del terremoto, éste no los acompañaba o al menos nunca fue mencionado en él.
Queda entonces la duda de saber si fue que simplemente cambiaron el orden del relato, o si se trata de otro viaje emprendido en distinta fecha y con diferente propósito al realizado cuando les afectó el terremoto. Lastimosamente sólo podemos conjeturar, ya que ni el escrito ni los dibujos dan pistas sobre razones o el itinerario detallado de los viajes. Debemos admitir que este tercer artículo a nivel artístico tiene ilustraciones más elaboradas y quizá de mayor interés antropológico que las dos publicaciones precedentes, ya que nos muestran paisajes, costumbres y tradiciones garífunas que pese a cierto sesgo, pueden ser valiosas para el estudio de esta cultura, como la preparación del ereba o la arquitectura tradicional, escenas ilustradas que no difieren mucho a su práctica en el presente, lo que refleja su conservación pese a que han transcurrido poco más de siglo y medio del año de su publicación en Harper. La parte escrita es más difícil de sentir empatía o sentirse identificados con ella. Como es usual en la literatura de viajes del siglo XIX de la América Central, los autores describen y elogian la riqueza natural, la belleza escénica de la región o las oportunidades de inversión ilimitadas, pero denigran y menosprecian las capacidades de los pobladores locales, haciendo un marcado contraste de elogios a la pródiga naturaleza y a la vez una agria condena y desestima a sus habitantes. A fin de cuentas, no hay que perder de vista la nacionalidad de los narradores y la política internacional que los Estados Unidos pregonaban para ese entonces: América para los americanos, claro está que entendiendo por americanos a los estadounidenses y no a caribes, zambos, pardos, indios y un largo etcétera de despectivas denominaciones basadas en su particular sentido de lo que para ellos ha significado la palabra raza.
La portadilla del último escrito de la trilogía de artículos Scraps from an Artist’s Note-Book (Apuntes del cuaderno de un artista) no podría ser más ilustrativa de los cambios ocurridos en la costa atlántica hondureña en el transcurso del último siglo y medio de historia social y cultural. En esta ilustración admiramos la playa de la comunidad de Tulián, comunidad garífuna ubicada en el departamento de Cortés, vemos embarcaciones que van hacia el mar y otras que recién regresan de él. Apreciamos también al menos ocho casas de clara arquitectura tradicional garífuna ubicadas en fila frente al mar en lo alto de la duna natural de arena que les sirve de protección al embate de las aguas del Caribe cada vez que tormentas y huracanes azotan la costa. Pobladores van y vienen de la orilla del mar hacia sus hogares e inclusive el artista ilustra hacia la esquina inferior izquierda un tocón de palmera al cual está amarrada seguramente otra embarcación.
Todos los elementos en la presente ilustración nos muestran claramente la imagen visual de una comunidad garífuna tal como hasta hace poco menos de medio siglo podían verse a lo largo de la costa atlántica hondureña. Sin embargo, la comunidad actual de Tulián difiere mucho del paisaje mostrado en esta ilustración, de hecho, difícil es calificarla como garífuna en el presente ya que su actual población mayoritariamente es ladina en una clara muestra del cambio cultural y social ocurrido en muchas de las comunidades antiguamente habitadas por el pueblo garínagu, en lo que para los exploradores estadounidenses del siglo XIX era una aldea de pescadores y que dejaron plasmada en esta y otras ilustraciones que nos muestran cómo era la zona de ese entonces.
La ilustración superior que nos muestra cómo los tres artistas encallaron en las playas de un pequeño islote nos presenta dudas en la narración o al menos en su seguimiento cronológico o geográfico. La narración en el artículo inicia comentando su salida al alba de la comunidad de Tulián -ubicada en el departamento de Cortés-, cuenta de las destrezas físicas de los cuatro caribes que les acompañaban y que por su enorme esfuerzo con los remos movían la embarcación, luego describe el clima y cómo iba cambiando a medida avanzaban en el Caribe siguiendo la costa. El fuerte viento agitaba el mar Caribe y los fue orillando a acercarse a las playas de un pequeño cayo, haciendo por su fuerza sucumbir la embarcación, obligándoles a nadar hacia la playa para salvar sus vidas, recuperando luego la embarcación y algunas provisiones y enseres que llevaban consigo.
Los Cayos Cochinos serían los únicos islotes que podrían haber encontrado los artistas estadounidenses navegando el mar Caribe siguiendo la costa hondureña. Están ubicados en el departamento de Atlántida a unos trece kilómetros de sus playas, por ello nos presenta dudas en el relato cuando lo inicia con su descripción, tomando en cuenta que salieron de Tulián -en Cortés- comunidad a la cual según el relato regresaron luego de sufrido el naufragio, lo que nos hace preguntarnos la razón por la cual iban a la altura de los Cayos Cochinos (en Atlántida) y luego regresan a Tulián (en Cortés). Para hacernos una idea más clara de esta reflexión, el punto más conocido cercano a los Cayos puede ser La Ceiba, bastante lejana de Tulián y por ende distante del destino original que el mismo narrador afirma que era esta comunidad. Antes del naufragio en sí, el narrador describe como arenas blancas las playas del cayo, lo que coincide con las de Cayos Cochinos, además de mencionar también que dos de los artistas arruinaron la suela de sus botas al correr tras de cangrejos en sus playas, lo que demuestra al menos que arrecifes rodeaban este cayo, en cuyas afiladas rocas quedaron las suelas de su calzado, siendo los Cayos Cochinos los únicos rodeados de arrecifes en esta zona del Caribe hondureño.
La ilustración nos muestra a los cuatro caribes que guiaban la embarcación y a los tres artistas, no aparece en ella el Doctor, quien asegura el narrador les acompañó a su salida de Tulián y ya no es mencionado en esta parte del relato, por lo que nos queda la duda del verdadero recorrido de los artistas o del propósito original del viaje, el cual es indicado por el narrador más adelante como la visita a las comunidades caribes de Tulián y Cienaguita.
Recuperada la embarcación del naufragio en el cayo, la tormenta amainó y les permitió improvisar un tendedero para secar sus ropas y enseres al Sol. Prepararon comida con cangrejos y peces encontrados y luego de describir la preparación de estos y su peculiar manera de cocción, armaron un improvisado campamento y esperaron se disiparán por completo las nubes de tormenta que amenazaban nuevamente con empaparlos y zarandearlos. Una vez que lograron partir del cayo, entre la lluvia intermitente y las olas sacudiéndoles, el Sol finalmente emergió y les permitió apreciar un espectáculo pocas veces admirado en el mar: un arcoíris doble, suceso que describen como algo maravilloso que pocos marineros pueden ufanarse en contar que lo han visto.
En la ilustración vemos la embarcación inclinada por la fuerza de las olas y hacia el fondo el doble arcoíris, en el medio una columna de agua mencionada en el texto escrito como un manantial que emergió del mar y parecía llegar hasta los cielos. Aunque la embarcación en el dibujo se perciba pequeña y casi en silueta, podemos contar siete tripulantes en ella, los cuatro caribes que la dirigían y los tres artistas estadounidenses que eran llevados por ella, nuevamente se omite en la ilustración y en el relato la figura prominente del Doctor mencionado como acompañante al inicio del relato, lo que deja una laguna en la narración o al menos pareciera como en otros casos ya referidos, que se han mezclado distintos viajes en un solo relato, lo que explicaría ciertas inconsistencias o la interrumpida continuidad en el trayecto recorrido.
Después de describir tan singular visión que les obsequiara la naturaleza del Caribe, menciona el narrador que luego de una hora de travesía llegaron a Tulián, la que según él describe se hallaba a siete millas distante del puerto de Omoa y que junto a la comunidad de Cienaguita era la idea original el visitarlas, mencionando también que su intención era trazar bosquejos, sin especificar la intención o el destino final de estos, por lo que quedamos siempre en duda sí era una comisión de algún proyecto editorial de Harper o era una iniciativa personal de ellos para presentarla.
El narrador de esta trilogía de escritos al único que identifica en los tres artículos con la inicial de su nombre es al que llama como H, el cual podría referirse a DeWitt Clinton Hitchcock (1832-1901) artista que acompañó a Ephraim George Squier (1821-1888) en su gira del año 1853 por la América Central (Squier, 2004: 29) y que el mismo Squier también nombraba como H en sus publicaciones. En todos los artículos el narrador menciona a este artista como un hombre que gusta de gastar bromas pesadas y tener inclinación hacia un cierto humor negro. Cuando la embarcación estaba casi por sucumbir en el cayo, el más viejo de los cuatro caribes que llevaban la embarcación gritaba órdenes e instruía a todos para evitar el inminente naufragio, pues cuenta el narrador que a este guía el socarrón de H le llamaba entre bastidores como el Rey de las islas caníbales, nombre que quizá inspiró el pie de grabado de la ilustración superior y que nos indica que los caribes que les acompañaron eran pobladores de Tulián, ya que la casa es identificada como el hogar del más longevo de ellos.
La ilustración nos muestra una tradicional comunidad garífuna. Techos altos de hojas de corozo entrelazadas y paredes de reglas delgadas de madera, seguramente del tronco de centenarias yaguas (Palma real) material común en las construcciones del pueblo garínagu y hasta hace pocos años, común de encontrar en comunidades como Batalla o Sangrelaya en el departamento de Colón y más esporádicas de ver en otras zonas por ellos habitadas. Este dibujo es uno de los mejor logrados en el artículo y es un verdadero documento histórico visual de la arquitectura tradicional garífuna, así como la distribución particular de las casas dentro de sus comunidades, nótese el alineamiento de ellas y la uniformidad de la altura y el diseño mismo de cada estructura, lo que revela también un trabajo comunitario en su construcción y apego a las tradiciones de su comunidad.
Ya instalados en Tulián, los tres artistas fueron visitados casi al anochecer por el Rey, que les notificó que la comunidad les preparaba en su honor un Tango, al que no muy gustosos aceptaron asistir. Inicia el narrador describiendo los instrumentos musicales por ellos utilizados, que eran básicamente de percusión: tambores, unos elaborados de troncos huecos y cubierto uno de sus extremos por cuero tensado en donde él ejecutante daba ritmo con el golpe de sus manos, y un segundo tambor que era en realidad una caja metálica de galletas ya vacía, la que puede admirarse sostenida por el músico que de rodillas le sostiene entre sus piernas y le hace sonar con su mano izquierda hacia el extremo inferior derecho de la ilustración. Una línea muy marcada en el dibujo que pasa por el centro de esta inusual lata de galletas que hace de tambor, nos hace inferir que este añadido era una forma de modificar el sonido del improvisado instrumento, costumbre muy similar a la que podemos admirar en los tambores hechos de baldes plásticos que acompañan las procesiones lencas hacia el centro-occidente del país y que sus ejecutantes llaman como cajas.
La trascendencia de esta descripción escrita y visual de una práctica cultural garífuna se diluye por la marcada visión imperial presente en lo narrado y en lo ilustrado. En la descripción escrita se insiste en llamarles canciones salvajes, sin que se explique mucho la razón de este calificativo, se enfatiza también en la monotonía de su repetición, al menos en la primera pieza representada, la cual tuvo mejor crítica que la segunda, ya que en ella a modo de broma descortés, el narrador cuenta haberse tocado el cráneo para cerciorarse que todo estuviese en su lugar. Lo que sí menciona el escrito es la similitud de estas prácticas con aquellas celebradas en la costa oeste de África, insinuando su posible origen en esa zona, lo que es verídico, ya que la cultura garífuna tiene sus raíces precisamente en este continente.
Pasada la noche luego del festejo celebrado en su honor, el artista narrador cuenta que tomaron curso por el río Tulián, elogiando la tranquilidad y belleza de sus paisajes, mencionando que elaboraron bosquejos del trayecto e impresionados por la cantidad y dimensión de los árboles silvestres de higo, así como de la profusión de las palmeras y matas de plátano que le daban al paisaje natural tonalidades de naranjas y verdes que impresionaban a su vista.
Es precisamente un árbol de higo el que se muestra en la ilustración superior. Los artistas llegan a un punto en donde el agua no fluye como para permitir a la embarcación seguir y deben bajarse de ella y continuar su exploración a pie, encontrando este inmenso árbol en cuyas ramas habían construido sus nidos una comunidad de oropéndolas, aves descritas en la narración y cuyos característicos nidos pueden admirarse en la ilustración. Apenas visible hacia la esquina inferior izquierda de ella, se puede apreciar semi escondida entre la maleza la letra H, y el narrador en su historia precisamente cuenta que en tanto H hacía sus bosquejos en este sitio, él y el Doctor cazaban un venado y varios conejos, volviéndose en esta parte confusa la narración, ya que si cazaron tenían comida y se hacía innecesario comprarla a los pobladores del lugar, como cuenta que hicieron en un rancho más adelante y que les costó treinta y siete centavos y medio todo lo que pudieron ingerir, y que confiesan -no sin cierto son de burla-, que fue bastante lo que comieron.
Será una licencia artística o la inveterada manía de estos viajeros de exagerar las situaciones por ellos vividas, que en la ilustración superior se aprecia como los personajes retratados al pie del árbol tienen cada uno de ellos un rifle, siendo el que está parado hacia la izquierda el que sostiene el arma y parece apuntar a los nidos sobre el árbol, su pose de tirador y las aves volando parecen confirmar que en efecto disparaba a ellas, siendo completamente innecesario mencionar que no tenía ninguna intención de supervivencia o necesidad, sino simplemente el llano y fútil deseo de disparar.
Continuando su travesía por el río a través de lo que él llamaba como el pequeño Éufrates -en alusión al histórico compañero del río Tigris en la antigua Mesopotamía-, menciona que luego de alcanzar el Camino Real que conducía de la zona hacia Comayagua, un paisaje en especial les llamó la atención por su exuberancia y belleza, el cual afirma fue plasmado en sus hojas de papel. Seguramente se refería al paisaje que admiramos en la ilustración superior. El río Tulián se aprecia de aguas tranquilas y transparentes -lo que también es afirmado en la narración-, inmensos árboles nacen en su ribera y la dimensión de sus troncos puede ser medida si le comparamos a los visitantes dibujados al pie del árbol, en la orilla del río, así como también al solitario explorador que parece estar de pie admirando al centenario árbol frente a él.
Siempre que en estos relatos de viaje se describe la prodiga naturaleza de nuestra región, los calificativos son superlativos, los viajeros no escatiman elogios y en muchas ocasiones expresan su deseo de quedarse radicados ahí permanentemente, y en esta ocasión no es la excepción. Cuenta el narrador que luego de engullir el profuso desayuno-almuerzo mencionado párrafos atrás, el dueño de la plantación en la cual comieron les invitó a conocer su rancho, en el cual miles de cabezas de ganado vacuno pastaban y en donde había cualquier cantidad de árboles frutales, entre ellos mango, marañón y extensos cultivos de piña, frutos de los cuales los artistas narradores eran habituales y consuetudinarios consumidores, y en especial el consumo de piña menciona el escritor le causó padecer fiebres por su exagerado consumo, sugiriendo que sólo coma dos de ellas y evite siempre comer tres, sugiriendo también que no pase de media docena de mangos a la vez.
Es precisamente en este trayecto explorando el río Tulián que el narrador describe con mayor profusión la naturaleza de su viaje, que es el de realizar bosquejos de los paisajes en las zonas visitadas, lo que revela su particular atracción hacia la naturaleza diversa y plena de recursos, como lo muestra su descripción de la vegetación profusa o de la riqueza de las tierras recorridas, como el caso del rancho visitado, cuyo ganado era comercializado con los explotadores de caoba en los ríos Ulúa y Chamelecón en Honduras y que inclusive era llevado hasta Belice. Menciona siempre que H dibuja, aún cuando son tres los artistas de la expedición, pero al revisar el material publicado en este y otros proyectos editoriales de Harper, vemos siempre escondida en el extremo inferior izquierdo la letra H, marca que sin lugar a dudas identifica al ilustrador, el más publicado de los tres artistas.
De hecho, la ilustración superior que muestra a los viajeros cruzando el río Tulián fue utilizada como si fuese un paso hacia el interior de El Salvador en la página 175 del libro de William Eleroy Curtis The Capitals of Spanish America publicado por la misma Harper & Brothers en 1888 en una muestra de la reutilización de material editorial no importando el tiempo o el contexto original en el que fueron creadas estas imágenes, para confirmar esto último, en la misma publicación de 1888 se usaron dos ilustraciones más de las mostradas en este artículo de los Asentamientos Caribes: la vista de Cienaguita como muestra del comercio interior en Nicaragua y las casas en Tulián como si fuese ejemplo de una comunidad en Paraguay. Vemos entonces que los bosquejos para las ilustraciones de esta editorial eran muy utilizadas y seguramente bien remuneradas, de ahí el ánimo de exploración de estos tres artistas estadounidenses recorriendo nuestra zona atlántica dibujando los paisajes y escenas por ellos admirados, aunque a futuro sirviesen para ilustrar otras culturas y geografías totalmente diferentes.
Estando en Tulián, consiguieron una embarcación más grande que les permitiera llegar a Cienaguita y luego a Puerto Caballos, en el actual Puerto Cortés. La dimensión comercial y demográfica de la extracción de maderas preciosas en la zona atlántica de Honduras puede inferirse por los comentarios de este viajero al llegar a Cienaguita. Ya mencionada párrafos atrás, la comercialización de ingentes cantidades de ganado para suplir las necesidades de los cortes de caoba de la zona, se ve acompañada también de la contratación de enormes cantidades de pobladores de la región caribeña, de hecho, este narrador se sorprende por la desigual cantidad de mujeres en relación a los hombres existente en Cienaguita, lo que le explicaron se debía a que buena parte de los hombres trabajaban en los cortes, estando en ellos por largos períodos de tiempo que podían variar de tres a doce meses según fuese su ocupación en tan lucrativo negocio.
Menciona el artista narrador que Cienaguita no es tan hermosa como Tulián, pero que es una comunidad más grande y con mayor actividad comercial. Si tomamos en cuenta la descripción de ambas en el relato, podemos inferir que son comunidades garífunas por ellos llamados caribes, la mención del casabe como el acompañante principal de sus comidas -en especial de sus desayunos-, reafirma esta afirmación de ser comunidades habitadas por el pueblo garínagu. Sin embargo, en la actualidad podríamos omitir denominarles garífunas, ante la escasa presencia de prácticas y tradiciones de esta cultura, siendo en el presente una población mayoritariamente ladina la que habita estas dos comunidades, aunque la ilustración superior nos muestre arquitectura y distribución muy particular de pueblos garífunas, como el diseño y materiales de sus casas, su cercanía al mar y la profusa presencia de cocoteros y palma real, ambas palmas indispensables en su cultura, la primera por su alimento y derivados como el aceite que era muy comercializado en el país a todo lo largo del siglo XIX, y la palma real que era muy usada en la construcción, siendo la madera de su tronco cortada en tablillas que se endurecían luego de su corte hasta volverse tan sólidas como la más dura de las maderas. Estas casas de paredes de yagua, eran hasta hace menos de dos décadas muy comunes de encontrar en comunidades garífunas en Colón, como Sangrelaya o Batalla.
Es una pena que este paisaje ilustrado y narrado en artículos como este de 1857 vayan desapareciendo o cambiando radicalmente al pasar de los años. La presión comercial sobre sus tierras ancestrales es una fuerte causa para el abandono de los antiguos territorios poblados por garífunas, su cercanía al mar Caribe ha hecho que la industria turística y el capital extranjero vea en sus tierras un lucrativo negocio inmobilario, olvidando el derecho ancestral garífuna sobre ellas.
Un complemento clave en la dieta garífuna lo es sin lugar a dudas el ereba, mejor conocido como casabe por nosotros y llamado así por el escritor del artículo en estas líneas presentado. Y si bien es cierto no es del agrado de todos los viajeros de esta expedición, si lo es para el artista que narra, por lo que describe con minuciosidad su elaboración, documento valioso que nos permite conocer pormenores de su elaboración, muchos de ellos todavía practicados en el presente. Para quienes no estén familiarizados con su consumo, el casabe vendría siendo como una especie de tortilla hecha de harina de yuca, de gusto simple y contextura dura. Menciona el narrador que la yuca consumida cruda es venenosa, lo que no deja de ser cierto parcialmente, por ello la cultura garífuna la lava con agua de mar, no simple agua con sal, ya que de una u otra forma, los compuestos orgánicos presentes en el agua de mar, inhiben los principios químicos que hacen de la yuca un alimento venenoso, particularidad de las raíces de yuca que ahora no padecemos, pero que debió ser un problema serio de salubridad al momento de preparar y consumir este alimento en el pasado.
La ilustración también es valiosa por su contenido visual, el que nos permite comparar con detalles de su preparación todavía en uso. Hacia la esquina inferior derecha, vemos las raíces de la yuca desprovistas de su cáscara, arriba de éstas, vemos tres mujeres que desmenuzan la yuca en un rallador artesanal de madera con pequeñas piedras incrustadas en ella y que hacen que funcione como rallador de alimentos, proceso que se describe y se admira en este artículo, siendo similar en el presente esta parte de la preparación del casabe. Esta masa de yuca rallada es vertida en una especie de cilindro tejido llamado culebra, el que por peso y presión deshidrata esta masa, permitiendo hacer la harina que es la base para la preparación final del casabe.
Luego de una extensa descripción del proceso de elaboración del casabe, el narrador omite su salida de la comunidad y sitúa la historia a su arribo a lo que él llama laguna de Puerto Cabello, en referencia quizá a la Laguna de Alvarado, desde donde se puede acceder al actual Puerto Cortés, el que para la fecha en la cual visitan la zona los tres viajeros estadounidenses seguía siendo llamado Puerto Caballos y de ahí quizá el error de nombrar la laguna como Cabello en lugar de Caballos. Al adentrarse en la laguna, menciona el artista narrador que en una suave pendiente hacia la orilla de sus aguas, bien podría construir lo que él llamó su palacio centroamericano, al cual le daría forma de paleta y de pincel, herramientas propias de su profesión.
Es en esta última parte de la narración que encontramos referencias amplias de los proyectos propuestos por Ephraim George Squier (1821-1888), en especial el ferrocarril interoceánico y su terminal hacia el Caribe hondureño, que vendría siendo precisamente Puerto Caballos. La mención de Squier nos hace pensar en su relación comercial con él, recordemos que éste publicó varios libros para Harper & Brothers, así como buena cantidad de artículos de revista que generalmente se acompañaban con ilustraciones, y de hecho, en sus escritos han sido utilizados dibujos firmados por H, lo que nos muestra su cercana relación. En la narración escrita nuevamente el artista ensalza la riqueza natural de la zona, su privilegiada posición como puerto y la tranquilidad de sus aguas.
La ilustración final es también la más relajada de todas las de este escrito, en ella vemos a los cuatro estadounidenses (los tres artistas e imaginamos también al Doctor) tomando agua de coco a la orilla de la laguna, el del extremo derecho sentado como si admirase el paisaje frente a él, dos de pie cada uno con un coco en sus manos y hacia la izquierda el cuarto esperando al pie del cocotero que el pequeño encaramado en él le tire la fruta para disfrutar también de ella.
Palabras finales
La historia contada en este artículo publicado en Harper’s New Monthly Magazine es a fin de cuentas una construcción lingüística en donde lo narrado no necesariamente es fiel reflejo de lo verdaderamente acontecido o de lo verídicamente presenciado por el escritor que cuenta sus vivencias, ello es una verdad repetida innumerables veces a lo largo de la historia en donde cada relato pasa por el tamiz del narrador que cuenta el mismo. The carib settlements no es muy diferente en sus exageraciones o marcada visión imperialista a muchos escritos publicados de las naciones que antaño eran posesiones coloniales españolas y que por este simple hecho, eran miradas de soslayo por ciudadanos, inversionistas o diplomáticos estadounidenses que por una u otra razón recorrieron la región centroamericana a lo largo del siglo XIX. Eran historias para calar en el gusto de una nación que crecía vertiginosamente y buscaba expandir su poderío e influencia política, económica y sobre todo cultural a escala continental y mundial. No eran artículos escritos para un lector hondureño, ni siquiera para uno centroamericano, la revista se imprimía en Nueva York y era a esa sociedad a la cual iba dirigida cada palabra y cada imagen impresa en el escrito, sociedad a la cual poco o nada le interesaba si el narrador era honesto o imparcial al contar sus vivencias en un país del cual seguramente no conocían de su existencia.
Por lo que si buscamos veracidad o empatía del escritor con la sociedad que visitaba o describía, en esta trilogía de artículos no las encontraremos. El valor de estos testimonios es otro, debemos saber leer entre líneas y tomar de ellos lo que se necesite para conocer nuestra historia a falta de otras fuentes. Ese es su verdadero valor. La literatura de viajes aporta elementos en aquellos casos en donde la información documental es escasa o inexistente como sucede en países como el nuestro. Para estos viajeros del siglo XIX, Tulián y Cienaguita eran comunidades caribes (garífunas para ser más exactos), pero en la actualidad se puede decir que son poblados predominantemente de ladinos que han desplazado a sus antiguos residentes por múltiples razones -políticas y económicas principalmente-, y ahora es difícil afirmar que sean comunidades garífunas debido a la escasa población de esta cultura que reside en ellas (Davidson, 2009: 178). Y sin embargo, ambas comunidades aparecen ilustradas en el artículo a la orilla del mar y con casas de clara arquitectura tradicional garífuna, y precisamente esta cercanía al mar es una particularidad propia del pueblo garínagu que hasta el presente canta recordando siempre su vida arrebatada en la ancestral Yurumein (San Vicente), la isla de las Antillas Menores de la cual fueron desterrados por tropas británicas hacia el final del siglo XVIII, remoto pasado del cual conservan aún su fuerte apego al mar.
El artista que nos ha legado escrita su historia y la de sus compañeros en las comunidades garífunas hace en los párrafos finales una apretada síntesis de la historia de este pueblo, afirmando que eran originarios de las Cayman Islands y que se les conocía como Red Caribs, que fueron expulsados de St. Domingo y Jamaica por sus reiteradas rebeliones, pero que ahora en la región centroamericana ese pasado de depredaciones y piraterías había quedado atrás y eran por lo general pacíficos y hospitalarios, siendo tan atractivas su forma de vida y territorios que el artista se despide y promete regresar para asentarse con ellos en el futuro. Si ello sucedió o no, es difícil saberlo, luego de los tres artículos cada uno de los artistas toma un rumbo diferente, apareciendo sus trabajos en distintos proyectos editoriales no sólo de Harper sino también también de otras empresas en los Estados Unidos.
La historia que sucintamente narra el artista en los últimos dos párrafos de su artículo está parcialmente errada, explicamos al inicio que el origen del pueblo garínagu es en buena parte conocido (Davidson, 2009: 132), su herencia africana y americana quizá no sea posible determinarla con exactitud, pero si se sabe que su origen es la isla de San Vicente y que una vez expulsados de ahí por tropas británicas fueron ubicados en la isla de Roatán, de donde no paso mucho tiempo antes de arribar a Trujillo, desde donde ya en tierra continental se fueron expandiendo a lo largo del litoral caribe centroamericano, especialmente en Honduras y Guatemala, y en menor medida en Belice y Nicaragua. De ese lejano pasado al presente muchas cosas han sucedido, pero en esencia las comunidades garífunas han conservado sus tradiciones, su gastronomía, su lengua y su cultura, aunque no por ello han estado libres de expolio y amenaza permanente. La cercanía de sus comunidades al mar Caribe les hace propiedades apetecibles para terratenientes o inversionistas que ven un negocio en ellas y no sitios que por siglos han sido el hogar de una cultura que por su trascendencia ha sido declarada por UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Esa anhelo de arrebatarles sus tierras antecede a las compañías bananeras que a lo largo del siglo XX fueron apropiándose de vastos territorios en el litoral atlántico hondureño, el mismo artista narrador que ha contado la historia que ahora compartimos pedía en su escrito que se dejase cabalgar al que Squier llamaba Caballo de hierro, sólo de esa forma tierras inhóspitas prosperarían, los pantanos se convertirían en arrozales, sus relativamente plantaciones sin valor (whorthless plantations en el original) podrían volverse prósperas y ricas. Todo lo anterior con capital estadounidense por supuesto, y si algo nos ha enseñado la historia y el saber popular, es que quien paga los músicos siempre elige las canciones, y no hace falta saber mucho para deducir que los pobladores dueños de esas whorthless plantations no disfrutarían de los beneficios y de las riquezas que ese capital extranjero generaría con ellas.
Tegucigalpa, Ciudad Universitaria José Trinidad Reyes, 14 de agosto 2021.
Anónimo. (1857). Scraps from an Artist’s Note-Book. The Carib Settlements. En Harper’s New Monthly Magazine. No. LXXXVI. Vol. XV, julio 1857. New York: Harper and Brothers Publishers. pp. 145-154.
Conzemius, E. (2004). Estudio Etnográfico sobre los indios Mískitos y Sumus de Honduras y Nicaragua. Managua: Fundación Vida.
Davidson, W. V. (2009). Etnohistoria hondureña: la llegada de los garífunas a Honduras, 1797. En Davidson, W. V. (2009). Etnología y etnografía de Honduras. Ensayos. Tegucigalpa: Instituto Hondureño de Antropología e Historia. pp. 115-132
Houwald, G. (2003). Mayangna. Apuntes sobre la historia de los indígenas Sumu en Centroamérica. Managua: Fundación Vida.
Squier, E. G. (2004). Apuntamientos sobre Centroamérica, Honduras y El Salvador. Managua: Fundación Vida.