Paúl Martínez |
Fototeca Nacional Universitaria - UNAH |
Una trilogía de artículos publicados en la revista estadounidense Harper’s New Monthly Magazine entre diciembre de 1856 y julio 1857 titulados Scraps from an Artist’s Note-Book (Apuntes del cuaderno de un artista), narran las incidencias de viaje de tres estadounidenses en la costa atlántica de Honduras y nos permiten admirar ilustraciones que retratan el paisaje natural y arquitectónico, así como la vida social en las comunidades que estos artistas visitaron. El primero de ellos se tituló Omoa: picturesque and incidental, publicado en 1856; el segundo fue An earthquake in Honduras y el tercero The Carib Settlements ambos de 1857.
La revista mensual de Harper’s inició en 1850 su publicación e informaba al público estadounidense sobre temas de toda índole, lo que en su momento la convirtió en todo un símbolo de la industria editorial. Su portada era ilustrada e ilustraciones acompañaban a sus principales artículos. Toda una serie de artistas laboraban para ella, desde dibujantes, grabadores y burilistas que hacían posible esas maravillosas muestras del arte gráfico del siglo XIX en una tarea gigantesca para el momento y para las limitantes de las artes gráficas de la época. Recordemos que la impresión tipográfica era la que predominaba en la industria editorial hasta finales del siglo XIX y para ello era necesaria la participación de artistas especializados en ella. A mediados de esa centuria, la impresión de dibujos o imágenes se basaba en elaborados grabados en madera o metal (cobre o acero principalmente) que se veían limitados al uso de líneas para representar tonos, texturas o formas de los objetos, personajes o paisajes en ellos retratados, los tonos grises o los llamados más acertadamente medios tonos tuvieron que esperar a la aparición de la fotomecánica hacia 1890 para poder ser posible la correcta impresión de todos sus matices y gradaciones. Es por ello que las ilustraciones que admiramos en este tipo de revistas son realizadas en una técnica similar al dibujo a pluma, técnica bastante parecida al grabado con gubia o buril, herramientas utilizadas según sea la madera o el metal en que se prepara el taco de impresión.
La editorial Harper and Brothers nació el año 1817 en la ciudad de Nueva York como una modesta imprenta montada por los hermanos James (1795-1869) y John (1797-1875) Harper, creciendo poco a poco hasta que la llegada de los hermanos menores Wesley (1801-1870) y Fletcher (1807-1877) Harper le imprimió una impronta diferente que le convertiría en la empresa que dominó la industria editorial estadounidenses hasta las primeras décadas del siglo XX. En la edición correspondiente a diciembre de 1856 de su reconocida revista mensual aparece el artículo que nos sirve de estudio para el presente escrito: Scraps from an Artist’s Note-Book. Omoa: picturesque and incidental, al que le acompañaron ocho ilustraciones que retrataban naturaleza, el mercado, la iglesia, residencias, la fortaleza San Fernando de Omoa y el promontorio de un humilde proyecto de monumento. Cabe aclarar, que aunque el escrito o la revista no sean precisamente fuentes de reconocido prestigio académico, la literatura de viajes -a falta de otras fuentes-, se constituye en una valida ventana al pasado, la que nos ayuda a conocer aspectos históricos, sociales y culturales de regiones históricamente relegadas de los estudios formales o escasas de referencia documental sobre ellas. A esto hay que sumar que la información en este artículo referida, se corrobora con otras fuentes que hacen referencia a esos sucesos y los confirman, por lo que podemos inferir que no son tan errados como podríamos suponer a primera vista.
A manera de aporte adicional, se incluye en esta muestra la publicación original del artículo para aquellos que deseen leer el texto original en inglés y conocer parte de las historias en él narradas. Para leer estos textos en castellano, los tres artículos de la serie Scraps from an Artist’s Note-Book han sido traducidos y publicados en el año 2016 por nuestra Universidad en el primer tomo del libro América Central en la mirada extranjera: exploradores y viajeros entre 1845-1898.
Estos tres artículos referidos los encontramos como anónimos, y en ninguno de ellos se nos da una idea de las razones por las que estos tres artistas se hallaban en Honduras o del propósito de sus viajes por la zona atlántica hondureña. Si eran parte de un proyecto editorial o si eran simplemente viajeros buscando aventuras no lo sabremos leyendo los escritos publicados ya que ninguno da pistas sobre ello. Lo que sí menciona el primero que trataremos en este escrito es la belleza natural del camino que de Comayagua -la que era capital del Estado de Honduras en ese momento-, conducía hacia la zona de Omoa, lo que nos da pie a creer que por ese camino llegaron y no por vía marítima arribando por el puerto. Precisamente las primeras páginas del artículo las dedica el autor a exaltar la belleza natural de las montañas y el paisaje natural de este camino entre Comayagua y Omoa, así como describe con elogios el bosque, los ríos y la naturaleza cercana al histórico puerto, cosa común en todas las referencias a la zona que hemos podido encontrar en distintos escritos de diferentes autores que al recorrer estas regiones nos han dejado testimonios escritos sobre sus vicisitudes y experiencias en la segunda mitad del siglo XIX.
Honduras y la región centroamericana a todo lo largo de los siglos XVIII y XIX fueron zonas de intensa explotación maderera (legal e ilegal). Los bosques ricos en caoba, cedro, palo de hule y tantos árboles de otras maderas preciosas crearon inmensas fortunas que fueron a parar al extranjero, minando el desarrollo local y el comercio legal de esta riqueza natural.
La narración continua y cuenta una historia sobre Hernán Cortés (1485-1547) y un árbol nombrado precisamente en su nombre: Cortés (Handroanthus ochraceus). Llama la atención la dimensión del árbol que aparece en el primer grabado de este artículo, la que precisamente ilustra esta historia sobre el célebre conquistador. A manera de escala, el artista dibuja a la izquierda del tronco tres figuras humanas, las que nos hacen calcular la inmensidad del mismo y nos hacen inferir la centenaria edad que alcanzaba este coloso de la naturaleza. Dimensiones que era común encontrarlas en los bosques hondureños en múltiples referencias escritas y visuales de los siglos XVIII y XIX, pero cosa rara de encontrar en la actualidad, ello debido claro está, a la insensata tala a la que han sido sometidas nuestras áreas naturales desde tiempos de la corona española y continuadas hasta nuestro presente.
La historia sobre Cortés y este árbol también menciona una niña, pequeña que simboliza la candidez y belleza inocente de la población local. Pero fiel a su visión imperial, el escritor que lleva dos páginas alabando la belleza natural y el encanto escénico del lugar, menciona enseguida de narrar la historia de la idílica niña que los habitantes de Omoa no difieren mucho de la naturaleza haragana e indolente que caracteriza a los pobladores del trópico, expertos en siestas y descansos, mantenidos perennes de la prodiga naturaleza que da alimentos sin mucho esforzarse.
Luego de la historia sobre Cortés y verter sus opiniones sobre la parsimonia de los pobladores de Omoa, el narrador cambia de tema y comenta que el mercado era un sitio de su interés. Maderos clavados en la tierra y cubiertos con techos de palma eran toda la arquitectura del lugar, no habían paredes ni puestos permanentes y su actividad comercial se realizaba generalmente por las mañanas, momentos que las ancianas del lugar aprovechaban para contar pormenores de la vida social de sus prójimos, sin omitir ningún detalle. La ilustración que admiramos hacia la parte superior es fiel a la narración, vemos troncos llenos de tocones que sirven como postes y dan soporte al techo de palmas, las familias hacen fila para adquirir la carne necesaria para su hogar, ya que cuenta el escritor que es básicamente carne lo que ahí se vende.
El autor cuestiona las destrezas del carnicero, lamentando que estropea los mejores cortes de la vaca al no tener habilidades con el cuchillo y simplemente corta en trozos cuadrados la carne que pone en venta. Menciona que las partes inferiores se cortan en pedazos que son vendidos por yarda, y que si estos trozos son de pequeñas dimensiones simplemente se desechan, al igual que la grasa o partes del hígado. Como todo extranjero en tierras que considera incultas, el autor cuenta que dedicó una mañana entera a enseñar al carnicero a cortar como es debido la carne, solicitándole luego un corte de bistec, a lo que apesarado dice le fue enviado al día siguiente un pedazo gordo de carne que costaba cuatro centavos la libra, eso sí, admite que era de la mejor calidad, pero estropeada por el descuidado corte del carnicero.
En la ilustración superior vemos hacia su esquina inferior izquierda a un trio de perros peleando lo que a todas luces parece ser un trozo de carne, lo que en el relato es explicado que se debe a que los dueños de dichos perros suelen tirarles sobras, agregando el narrador que se hace por simple costumbre y que él presume de poder medir la cuantía de la compra en base a dichas sobras lanzadas a los perros, los cuales siguen a sus dueños cada día de compras en el mercado, comentario intrascendente que pone de relieve la fijación del autor en naderías y superficialidades.
El templo católico de Omoa. Ilustración publicada en la página 25 de la revista Harper’s New Monthly Magazine. No. LXXIX. Vol. XIV, diciembre 1856.
Descrito el mercado y sus incidencias, el artista narrador pasa a relatar sus apreciaciones sobre el templo católico que menciona no queda muy lejos del mercado, nuevamente hace mención que las normas de la arquitectura no habían sido tomadas muy en cuenta para construir esta edificación que funciona como iglesia, siendo un simple edificio largo blanqueado con cal en todo su interior, desde paredes hasta el techo. Aunque el narrador no menciona de qué material ha sido construida, sí describe espacios libres en las paredes que dejan pasar el aire externo como una forma de ventilar su interior. Hacia el frente de la iglesia, tanto la narración como la ilustración nos muestran tres campanas montadas en andamios de troncos que las sostienen, lo que es todavía común encontrar en algunas iglesias hacia el interior de nuestro país. Para no perder su costumbre de cuestionar las costumbres locales, menciona que dichas campanas se vuelven un fastidio por su continuo repicar, o al menos para él lo es, porque menciona que al parecer los vecinos de Omoa ya se acostumbraron a tal ruido y no les afecta ni en sus ocupaciones ni tampoco interrumpe su sueño.
El artista alaba el sentir religioso de los vecinos de Omoa y relata que le toco presenciar la visita anual que el obispo realizará al otrora importante puerto. Se refiere sin duda al obispo de Honduras don Hipólito Casiano Flores, quien ha sido el primer hondureño que ocupa tan alto cargo en la iglesia católica del país, el que lastimosamente fallecería en circunstancias extrañas el 29 de septiembre de 1857. En una carta fechada el primero de julio de 1856 y firmada por E. C. Toowsend como secretario de la Honduras Colonization Society, se menciona que el obispo Casiano visitó la ciudad de Trujillo para el 8 de junio de 1856 y que su visita concluyó el 20 del mismo mes, cuando debió partir para Omoa (Moran, 2010:157). Esta referencia confirma que es en junio de ese 1856 que los artistas se hallaban en Omoa y si el artículo se publicó en diciembre de ese año, significa que al ser enviado debió haber sido revisado, ilustrado, grabado y aprobado con relativa rapidez, tomando en cuenta los procesos técnicos de impresión de la época, no olvidemos que el sistema tipográfico implicaba el levantamiento del texto letra por letra y la sola preparación de los tacos de impresión era complicada y meticulosa.
Relativo a la visita del obispo a Omoa y de su paso por las calles del entonces puerto saludando a sus pobladores, el escritor narra un hecho que revela su forma imperial de pensar y de actuar. A falta de carruajes o transporte para tan eminente figura, el obispo iba sentado en un silla que era llevada por cuatro porteadores que eran negros, hecho que llamó su atención y aún mas la de su amigo el Doctor, quien expresó que bien estaría dispuesto a pagar hasta mil quinientos dólares por cada uno de ellos, lo que nos revela que la esclavitud aún en la segunda mitad del siglo XIX era parte del pensamiento de los estadounidenses, deleznable práctica que desde el primer año de la independencia de Centroamérica fue abolida y nunca más tolerada en nuestras naciones.
El obispo Casiano recorrió en andas la calle principal de Omoa y el artista narrador cuenta que como la casa en donde residían quedaba justo a la orilla de dicha calle, también levantaron un arco para honrar el paso de él, mencionando que habían izado una bandera estadounidense ante la cual el obispo a su paso les sonrió y saludó. Menciona el narrador que frente a su casa se encuentra la residencia del cónsul americano Augustine Follin, quien fungía en ese cargo desde el año 1831 sin recibir ningún honorario, alabando por ello su don de servicio a la poderosa nación del norte sin pedir nada a cambio. Cabe destacar que el cónsul Follin fue uno de los mayores arrendatarios de los cortes de caoba en el país, oscuro negocio muy ligado al contrabando inglés que arrasó nuestros bosques y creó fortunas inmensas que fueron a parar al extranjero, por lo que diferimos de ese sentido altruista alabado por el escritor al decir que el cónsul servía a su nación sin esperar recibir ninguna remuneración oficial.
Esta residencia aparece ilustrada y nos muestra el estilo de construcción estadounidense común para la época, tanto en los Estados Unidos como en aquellas naciones en las que sus ciudadanos radicaban y que llevaban consigo este peculiar gusto arquitectónico. Una casa de dos plantas, construida de madera y de techos sin cubierta de tejas, como era habitual en Honduras y en aquellos países que fueron colonias españolas. En el frente de la residencia pende una bandera estadounidense y la dimensión de esta construcción contrasta con las contiguas, lo que refleja el estatus económico -y por ende social-, de su propietario. Al costado izquierdo de esta residencia, vemos apenas esbozada una casa de una planta con techo de palma, imagen que es también descrita en distintas publicaciones de la época como la casa típica de Omoa por ese entonces.
Cuenta el narrador que el señor Follin sucedió en el puesto de cónsul al señor Foster, quien perdería la vida cuando una bala de cañón disparada desde la fortaleza San Fernando de Omoa incidentalmente cayó en su residencia, perdiendo la vida en este trágico suceso.
Fortaleza San Fernando de Omoa. Ilustración publicada en la página 26 de la revista Harper’s New Monthly Magazine. No. LXXIX. Vol. XIV, diciembre 1856.
Precisamente este incidente en la fortaleza permite al artista incorporar valiosas ilustraciones que retratan la que fuera la última construcción militar en las postrimerías del dominio colonial español en suelo continental americano: San Fernando de Omoa. El suceso en sí fue la sublevación que culminó con la toma de la fortaleza por un grupo de pro españoles guiados por Ramón Guzmán, quien fuera hecho prisionero en este inmueble en el año 1831, situación que corrobora el hecho de que luego de los procesos de independencia americanos, esta fortaleza y la mayoría de las que edificó la corona española en América fueron utilizadas por los nuevos estados como prisiones, creando con ello una especie de leyenda negra alrededor de ellas, noción que llega hasta nuestro presente en la forma de mitos y leyendas de los terribles tormentos ahí sufridos por aquellos que fueron encarcelados al interior de sus húmedas y oscuras mazmorras.
Interesante es la vista que nos muestra la ilustración superior. Hacia la derecha y destacada por su color claro casi ausente de líneas vemos la fortaleza, específicamente una parte de su cortina circular hacia el Oeste, si tomamos en cuenta que podemos apreciar frente a ella el muro y la puerta de lo que fue el Recinto Fortificado El Real, cuya silueta oscura resalta de la claridad que el artista imprimió a la fortaleza. Apenas bocetado, a la izquierda aparece el poblado de Omoa, y atrás de las casas y de la fortaleza vemos de fondo la imponente Sierra de Omoa, frondosas montañas que enmarcan esta histórica bahía y que fueron paso obligado entre montañas para las riquezas y viajeros que iban y venían de Honduras, Guatemala o El Salvador rumbo al mar Caribe o viceversa.
Hacia la parte inferior de la ilustración, vemos que el artista dibuja la orilla quizá del mar Caribe o de la zona pantanosa aledaña a la fortaleza, no podría decirse pues esta parte es apenas dibujada, casi al límite inferior del grabado. La vegetación en esta zona ilustrada es de cañas y carrizos, plantas propias de ambientes acuáticos, así como las aves que en ellas reposan, que son a todas luces garzas que prefieren estos espacios húmedos a la tierra firme. Debería ser el mar Caribe, ya que originalmente la fortaleza y precisamente su cortina circular recibía el embate de sus aguas, recordemos que es una construcción militar para proteger un puerto, de lo que se infiere debe quedar a orillas del mar, situación que debemos enfatizar debido a la ausencia precisamente de este mar en la actualidad, situación que abordaremos con mayor amplitud párrafos adelante.
Continuando con la historia narrada de la sublevación, dice el escritor-artista que este era un movimiento liderado y puesto en marcha por negros, de hecho destaca en su escrito la unión de los comerciantes y vecinos blancos de Omoa que actuaron con valentía y premura para derrotar a lo que él llamó dinastía negra. Los pormenores de esta historia están narrados con lujo de detalles y se pueden consultar en el artículo original en inglés que se comparte en la presente muestra, y como lo mencionamos antes, también puede ser leído en castellano en la versión traducida que publicó nuestra universidad en el año 2016 para aquellos que les llame la atención la historia contada.
Termina la historia con la captura de la fortaleza por las fuerzas del Estado de Honduras y el fusilamiento de su líder Guzmán, al cual le cortan la cabeza y la encadenan a la pared frontal de la fortaleza como mensaje siniestro a futuros sublevados y escarmiento funesto de los otros apresados. Cuenta que la cabeza estuvo en esa pared colgada hasta el año 1853 cuando el mismo Rafael Carrera (1814-1865) de ahí la desprendió y la llevo a Ciudad Guatemala. El cuerpo del infortunado líder fue enterrado en la planicie que separaba la fortaleza del pueblo, en donde sus seguidores le edificaron un modesto montículo de ladrillos de adobe y arena, sencillo homenaje que al correr de los años fue desmoronándose y se perdió en el olvido. Precisamente este tosco homenaje fue ilustrado en el artículo, muestra la sencilla construcción ya sin forma y cubierta de enredaderas, al fondo apenas visible y trazada con una delgada línea que apenas la separa del fondo gris, se ve el muro de uno de los baluartes y dos garitas de la fortaleza, lo que reafirma lo antes aseverado de que se hallaba enterrado su cuerpo en la planicie entre la fortaleza y el pueblo.
En la ilustración superior apreciamos que a la par de los restos de la improvisada tumba camina un soldado descalzo, de lo que podemos inferir sea de condición muy humilde, pese a llevar un fusil largo que termina en bayoneta, arma común para la época tanto para ataque como para defensa. El dibujo es bastante básico como para permitir que afirmemos que lleva uniforme, seguramente no lo porta, su pantalón es corto, casi a la altura de la pantorrilla, lo que sería fácil deducir que se debía a la profusión de pantanos y humedales que era la zona de los alrededores de la fortaleza, hábitat que en el presente simplemente desapareció. Lleva un pañuelo que cubre su cabeza y sombrero de ala corta, lleva también cruzado en su espalda una especie de morral, en donde tal vez lleva municiones o bastimento, puede ser un patrullero que ronda la zona, pero todo ello es especulación, ni la ilustración ni la narración permiten tener la certeza de la razón por la cual aparece en la imagen, quizá sea simplemente una licencia del artista que le pone en ella a manera de escala visual para calcular la dimensión del montículo o sea simple ornamentación de la ilustración.
Concluida la historia de la sublevación, el narrador comienza a describir la construcción en sí de la fortaleza, la que lamenta se encuentre en estado de abandono, en donde árboles de todo tipo le han crecido por doquier, sea en sus patios o en medio de las uniones en sus gruesas paredes. Menciona que buena parte de la edificación se halla escondida bajo enormes enredaderas que ocultan sus muros y acompaña esta descripción ilustrando precisamente esta profusa cubierta vegetal sobre su estructura. La imagen en realidad retrata la puerta de lo que fue el Recinto Fortificado El Real, que fue construido previo a la fortaleza como sitio de bodegas y alojamiento de tropas y trabajadores que requirió la construcción de ella. Obras que luego de la finalización de la fortaleza no tuvieron mayor uso, siendo inclusive utilizado como cementerio un espacio muy cercano a la fortaleza misma.
Descrita sin mayores datos precisos, el narrador continua enumerando el estado en ruinas de muchos espacios de la fortaleza, alabando eso sí las dimensiones de la construcción como un símbolo de la antigua grandeza de España en América, lamentando que como estaban las cosas, era poco el tiempo que hacía falta para que la edificación cediese ante el abandono y la falta de cuidados a ella. Menciona también los cañones, a los que señala de ser muy viejos y estar dispersos por toda la parte superior del “castillo”, mofándose inclusive de algunos de ellos a los cuales compara el sonido de su disparo con el de un rifle Kentucky. Termina diciendo que los pocos cañones útiles servirían solo si existiesen soldados más diestros para utilizarles, limitándose a dispararlos solo cuando se celebra algún acto en la feria patronal o el día de la independencia, efeméride reciente que según le habían comentado había causado dos muertes y varios heridos por un disparo accidental de uno de estos viejos cañones.
Describiendo el estado en ruinas de la fortaleza aprovecha para llamar la atención a los costos de su construcción, afirmando que fueron convictos americanos -apenas alimentados con plátanos y arroz como pago por sus servicios-, quienes la levantaron, bajo precio que sin embargo -afirma el narrador-, no se veía reflejado en el presupuesto presentado a España, cuyo rey pensó que por su alto costo seguro la fortaleza estaba construida de oro y plata. No contento con comentarios de este tipo, afirma el narrador que le puede constar tal pillería de inflar presupuestos porque tuvo la oportunidad de ver un contrato que fijaba el precio de la construcción de un puente, no más grande que treinta pies de largo, siete de ancho y siete de altura que servía para cruzar una zanja que sólo en la estación de lluvias corría agua por ella, estando seca la mayor parte del tiempo. El puente en cuestión había costado la suma de 30,000 dólares estadounidenses, precio muy superior al valor real de esta obra vista desde cualquier punto de vista.
Termina la parte ilustrada del escrito con esta imagen del puente de inflado presupuesto. Sobre el puente pasa una carreta halada por un burro y lleva en su espacio de carga un barril, del cual desconocemos su contenido ya que ni el texto ni la imagen dan pistas para reconocerlo. Detrás de esta carreta y el puente se ve una edificación grande que al carecer de banderas o rótulos asumimos sea de un acomodado comerciante del lugar, ya que sus dos pisos con su entrada decorada contrastan con las casas contiguas hacia la izquierda, en donde nuevamente vemos casas de sencilla construcción de paredes de cañas y techos de palma, contraste común para aquella época y menos evidente para la nuestra, donde las diferencias sociales se han acrecentado separando en zonas residenciales para ricos y zonas más precarias para pobres o clase media. Así concluye el relato ilustrado de este artista, queriendo llamar la atención en los siguientes párrafos a aspectos visuales de la fortaleza San Fernando de Omoa que el paso de un poco más de medio siglo de ese entonces ha causado en la visión que de ella tenemos en nuestro presente.
El consulado británico en Omoa. Hacia la derecha de la imagen véase la fortaleza y al mar Caribe a la izquierda de ella. Ilustración publicada en la página 441 del periódico The illustrated London News del 8 de noviembre, 1873.
La fortaleza San Fernando de Omoa
Las fortificaciones abaluartadas tuvieron su apogeo en América en el siglo XVIII, obligada España a fortalecer su dominio y defender las riquezas que de sus colonias recibía, amenazadas constantemente por el ataque de piratas y bucaneros, saqueados sus principales puertos y ciudades costeras por tropas inglesas, holandesas y francesas, así como en menor medida también atacadas por las incursiones de los misquitos -especialmente en la zona continental colindante al mar Caribe-. Todo ello unido a factores económicos, políticos e inclusive culturales, que hicieron creer en la idea de un renovado proyecto imperial español para América y para el mundo también. De ahí nace la idea de edificar una fortaleza de las dimensiones de la construida en Omoa, que pese a ser el proyecto original de una traza de cuatro baluartes, terminó en una traza triangular para disminuir costos, pero siempre sin duda alguna fue un monumental proyecto construido casi en las postrimerías del dominio colonial español en tierras americanas.
El papel de España en el panorama político y económico del mundo luego de la colonización de nuevos territorios en América le hizo acrecentar sus tropas en tierra y en el Atlántico, lo que llevó también a sus adversarios a fortalecer también sus fuerzas. Este juego de poder condicionó nuevas prácticas y defensas en la guerra, disciplina que en el tema de las fortificaciones los ingenieros italianos aportaron muchos avances e influyeron en las decisiones estratégicas de la corona española, fomentando la ingeniería militar:
La escuela italiana, con Francesco di Giorgio Martini, introducirá una nueva tratadística basada justamente en las innovaciones que requería la defensa urbana frente a las nuevas circunstancias del accionar de las bombardas y cañones. De esta forma las murallas ganarán en espesor y perderán altura, pero a la vez se formulará la regla fundamental de que cada parte de la muralla debe poder ser defendida desde otro punto, dando lugar a la proliferación de flancos que caracterizan a la fortificación abaluartada (Gutiérrez, 2005: 12-13).
De esos aires nuevos nacen los proyectos de fortificación en América que hicieron posible la construcción de fortalezas con las dimensiones de San Fernando de Omoa, creando la corona española distintos planes que muchos de ellos quedaron en papel, como casi le acontece a Omoa, ya que su modelo original era de cuatro baluartes, quedando finalmente una traza triangular por razones presupuestarias. Estas ilustraciones que eran la opción de las artes gráficas a la imposibilidad de imprimir una fotografía o una ilustración basada en la obtención de volúmenes logrados con sombras y luces difuminadas -lo que se conoce como mediotono-, nos permiten apreciar el paisaje visual de nuestras naciones y su cambio al correr de los años, modificaciones drásticas como podemos admirar en el caso de la fortaleza San Fernando de Omoa.
La fortaleza San Fernando de Omoa bombardeada por la fragata británica S.M.B. Niobe. Nótese que el mar rompía en su cortina. Ilustración publicada en la página 441 del periódico The illustrated London News del 8 de noviembre, 1873.
Grato es encontrar ilustraciones históricas acompañadas de relatos escritos. La ilustración superior fue publicada en 1873 en el reconocido periódico británico The illustrated London News y comentado el hecho que registra en 1927 por el ilustre Augusto C. Coello (1884-1941). El que fuera autor de la letra de nuestro himno nacional así lo relataba:
Habiendo sido derrocado el Gobierno del general don José María Medina, mediante la intervención militar de Guatemala y El Salvador, se proclamó un nuevo Gobierno en Honduras, bajo la presidencia del Licenciado don Céleo Arias, el año de 1872. No cabe aquí hacer la historia de aquel efímero y agitado Gobierno, de cuya época sólo recogeremos, por ahora, la página relativa al bombardeo de la fortaleza de San Fernando de Omoa (Coello, 1927: 11).
Luego de explicar los antecedentes históricos que dieron la excusa a tropas inglesas para que intervinieran en la zona de Omoa, Coello explica la llegada de la nave inglesa a sus costas:
Así las cosas, apareció por primera vez en la rada de Omoa la fragata de vapor «Niobe,» de la Marina de S. M. B., comandada por el capitán Sir Lambton Loraine, quien tuvo una ligera entrevista con el Comandante del Puerto y de la Fortaleza, General don Ricardo Streber. Durante la permanencia del «Niobe,» se verificó un desembarque de los expedicionarios del «Sherman,» los cuales atacaron la Fortaleza sin lograr tomarla… (Coello, 1927: 11).
Las escaramuzas continuaron en los siguientes días. El Niobe que había viajado a Trujillo -puerto que había sido nuevamente tomado por las tropas leales a Arias-, regresó a Omoa la noche del 18 de agosto, presentando a la mañana siguiente una lista de consideraciones a manera de ultimátum al comandante de Omoa. Luego de un incidente aún no esclarecido, la fragata de guerra británica abrió fuego contra la fortaleza todo el día y toda la noche de ese 19 de agosto de 1873, izando la bandera blanca las tropas de la fortaleza a las 6 de la mañana del día 20. Aceptadas por la fuerza todas las exigencias de los atacantes británicos, el barco se retiró, dejando tras de sí, los daños siguientes:
… las murallas de la cortina curva y del bastión sur quedaron demolidas y otros varios puntos arruinados. Veinte víctimas sufrieron los efectos del bombardeo: dos murieron en el acto; otros dos pocos días después; y los demás mutilados, heridos, con más o menos gravedad, ya por los proyectiles o por los cascos arrancados por ellos de los muros (Coello, 1927: 12).
Si la fortaleza no fuese bañada su cortina por las aguas del mar Caribe, simplemente una fragata de guerra no podría hacerle ningún daño. Lo que nos lleva a hacer la reflexión que en nosotros despierta el admirar estas ilustraciones del siglo XIX, tantos las estadounidenses de Harper’s como las publicadas en el diario ilustrado londinense. Ahora la fortaleza está rodeada de tierra firme, las razones por las que el Caribe se ha retirado tanto de ella las desconocemos, pero dos fotografías aéreas captadas en distintos siglos nos ilustran mejor este fenómeno -natural o producido por la acción humana-. A la izquierda, podemos apreciar una fotografía del año 1965 tomada por Juan Pablo Martell (1928-2017), en primer plano vemos el baluarte del norte, la plaza de armas al centro y la cortina circular que en las ilustraciones admiramos que daba al mar y el último brazo del Caribe se aprecia lejano a este muro en la imagen aérea. Hacia la derecha, en una fotografía del año 2011 captada por quien escribe estas líneas, vemos ya un paisaje visual completamente distinto, más casas, el brazo de mar más alejado de la fortaleza y hacia el centro de la imagen enormes depósitos circulares de una compañía que ahí almacena gas. Qué alteró tanto esta bahía no lo sabemos, una inversión de tal magnitud la corona española no la habría hecho en una bahía que siglos después menguaría, los ingenieros militares españoles e italianos que planificaron las fortificaciones del siglo XVIII en América eran expertos en su área y no habrían elegido este sitio de tener la más ligera duda de su permanencia en el tiempo, recordemos que Omoa y Trujillo durante la colonia española fueron los principales puertos hacia el Caribe de lo que fue la Capitanía General de Guatemala y por ellos entraban y salían buena parte de los productos que se enviaban y se recibían para toda la región.
Queda entonces la tarea de investigar las causas del cambio en la zona de la bahía de Omoa, y nuevos actores deberán entrar a explicarnos las razones, ya que no se trata simplemente de que el mar se ha retirado, ello tiene implicaciones ambientales y económicas entre tantas otras. Si Omoa era un puerto en tiempos de la colonia, ¿por qué ahora ya no lo es? La naturaleza de humedales que desapareció, ¿cómo afecta al medio ambiente del presente?
A la izquierda, fotografía de Juan Pablo Martell del año 1965, en ella vemos lo último que quedaba del brazo de mar frente a la fortaleza. Película negativa blanco y negro formato 120 mm. A la derecha, una fotografía de Paúl Martínez del año 2011 en donde vemos más lejano el mar y un paisaje de la histórica bahía completamente alterado por la acción humana. Fotografía digital formato 35 mm.
A manera de conclusión
Declarada la independencia del dominio colonial español, la fortaleza de San Fernando de Omoa dejó de ser un punto clave en la defensa del comercio que la región centroamericana enviaba al exterior o que recibía de él, por la sencilla razón que dicha actividad comercial se contrajo sustancialmente luego de la independencia, lo que puso en tela de juicio la necesidad de dar mantenimiento a tan monumental edificación, ya que si originalmente era una defensa ante saqueos e invasiones al puerto, con el nacimiento de las nuevas naciones simplemente dejo de existir cualquier cosa de valor que se pudiera llamar botín y perdió interés el tomar la fortaleza si no había nada valioso que en ella se resguardara, ya que las primeras décadas de los nacientes estados fueron de precariedades y escasez.
La fortaleza entonces paso a ser una prisión, uso que a todo lo largo del siglo XIX y buena parte del XX fue común no sólo para Omoa, sino también para múltiples fortalezas erigidas en América por la corona española tanto en el Atlántico como en el Pacífico y que luego de los procesos de independencia en el continente fueron perdiendo interés para los nacientes estados soberanos. Las comunidades cercanas a esta imponente estructura vieron forjarse una leyenda negra de tormentos y penalidades que los prisioneros en sus muros sufrían, ya que en muchos casos los presos ahí recluidos eran en buena medida políticos y no comunes, ejemplo perfecto de ello es el caso de Juan Pablo Wainwright (1894-1932) reconocido dirigente social que cuenta la tradición que para esquivar esa prisión se lanzó del vagón del tren que lo llevaba a ese terrible castigo.
Mencionamos líneas atrás que el escritor del artículo anónimo reseñado afirma que han sido convictos americanos quienes hicieron la fortaleza, Mario Argueta escribió algo distinto sobre el tema: En la esquina noroccidental de la Provincia de Honduras se erigió, bajo la dirección de arquitectos hispanos y mano de obra indígena, negra y mestiza el Castillo de San Fernando de Omoa (Argueta, 1985: 148). Versiones muy distintas que nos enseñan que no siempre la literatura de viajes aporta datos fidedignos, las fuentes documentales tanto de Honduras como de España refuerzan la tesis de Argueta, por lo que queda evidente que muchas opiniones vertidas por el artista y escritor anónimo que en 1856 describió Omoa, no son necesariamente ciertas o bien intencionadas, obedecen quizá a la defensa del pensar de su nación de origen, no olvidemos que Estados Unidos y su política del Destino manifiesto promulgaba desde el siglo XIX una América libre de cualquier vestigio europeo, por lo que en muchos de los escritos estadounidenses se percibe una clara intención de desprestigiar todo lo que tenga orígenes europeos, por ello además de ser construida por convictos forzados, la fortaleza se desmoronaba ya y sus costos de construcción fueron sobrevalorados desde sus inicios (según afirma el escritor en su artículo).
Analizando esta línea de pensamiento, no resulta casual entonces que el artista elija la puerta de acceso al recinto fortificado El Real para ilustrar el deterioro de la fortaleza, mencionamos ya que El Real era un conjunto de almacenes y barracas construidas para garantizar la defensa de los españoles y trabajadores que levantaron San Fernando de Omoa, incluido su constructor mismo, el ingeniero militar D. Luis Diez Navarro. Avanzada la construcción en sí de la fortaleza, este recinto fue poco a poco abandonado -ya que había cumplido su propósito inicial-, por lo que al poner el artista escritor un derruido arco de acceso que remataba el escudo de armas de Fernando VI en tal ruina, el mensaje era implícito: España había quedado atrás, en el pasado de América, aún cuando la fortaleza en realidad se mantuviera en pie.
La fortaleza de San Fernando de Omoa es una de las últimas construcciones monumentales de la corona española en suelo continental americano, magnífico ejemplo de la arquitectura militar de las postrimerías de la dominación colonial en América. Asaltada por piratas, bombardeada por buques de guerra o tomada por insurgentes locales, San Fernando de Omoa ha resistido el transcurrir de los siglos y contenido ataques de todas direcciones, ha sido bastión de defensa marítima cuando las olas del Caribe se estrellaban en sus muros y ha sido cárcel y mazmorra para delincuentes políticos o comunes según era el vaivén de las autoridades de gobierno. Su historia aún se escribe y el conocimiento de estos escritos e ilustraciones del siglo XIX le enriquecerán sin duda alguna.
Argueta, M. (1985). Historia laboral de Honduras, de la conquista al siglo XIX. Tegucigalpa: Secretaría de Cultura y Turismo.
Coello, A. C. (1927). El bombardeo de Omoa. En Revista del Archivo y Biblioteca Nacionales de Honduras. Tomo VI. 30 de junio de 1927. Tegucigalpa: Sociedad de Geografía e Historia. pp. 11-14.
Gutiérrez, R. (2005). Fortificaciones en Iberoamérica. Madrid: Ediciones El Viso.
Moran, J. C. y Moran Robleda, J. C. (2010). Potencias en conflicto. Honduras y sus relaciones con los Estados Unidos y la Gran Bretaña en 1856 y la no aceptación del Cónsul Joseph C. Tucker. Tegucigalpa: Ediciones 18 Conejo.
Zapatero, J. M. (1997). El Fuerte San Fernando y las fortificaciones de Omoa. Tegucigalpa: Instituto Hondureño de Antropología e Historia, Organización de Estados Americanos.